VIKINGOS EN YPACARAI

Hay un aspecto del lago que ni se imaginarán, aunque existen rastros de su veracidad, y se encontraron elementos que testimonian que en realidad sucedió todo aquello.

Esto pasó en el siglo XI, cuando llegaron al norte de lo que después sería el continente americano los vikingos provenientes de los parajes escandinavos y noruegos, cuyos dominios se extendieron por casi 300 años por Europa y Asia. Eran un pueblo guerrero y llegaron mucho antes que el navegante genovés Cristóbal Colón, y en su afán de descubrimientos e ir dejando asentamientos en América, donde fueron arrastrados por las aguas del océano, las grandes tempestades marinas los trajeron hasta nuestros lares.

Un bisnieto de Laif Erickson, hijo de Erik el Rojo, descendiente del Rey Ipir y de Thor, al mando de una tripulación compuesta por 17 hombres, daneses y noruegos, en un barco esbelto con emblema de monstruo marino, que no tenía ancla, fue hallando lo que ellos llamaban la “tierra nueva”. Ingresaron hasta lo que hoy es el lago Ypacaraí, entonces todavía habitado por serpientes gigantes, temibles nadadores y aves del terror en los cielos.

Esto fue tantos años antes de que apareciera el Beato Luis Bolaños a bendecir las aguas del lago y denominarlas Ypacaraí o “agua bendecida”, que recién sucedió en 1660.

Los vikingos, según la saga del mencionado Erik el Rojo, que es un relato que se transmitía en forma oral, llegaron a dominar la zona y a expandirse. Pero nunca cayeron bien a las brujas que existían por entonces en los bosques aledaños, por ser un pueblo de carácter violento; y en una gran reunión alrededor de una fogata los hechizó, al convertirlos en enanos, que después serían llamados los Guayakies o “indios blancuzcos”, que espantados huyeron en tropel hacia los territorios del Guairá, y en los jasy jatere, rubitos amos de las abejas, que se especializan en extraviar a las personas en los montes y hablan un idioma desconocido y silban una antigua canción. Hasta hoy se los puede encontrar, de casualidad, para mala suerte, en las siestas de la vieja Tacuaral.

Para mayor fidelidad de todo lo que estoy contando, muchos todavía recuerdan que se hallaron escrituras rúnicas (vikingas) en los cerros de las minas de caolín en la fábrica de los Vargas Peña, en el kilómetro 35.

Dale Like en: