El Gol de Dios

Sucedió en los años 60, y hasta hoy me cuesta creerlo. Fue en el partido final del campeonato de interligas, en el estadio Sajonia, cuando el mismo estaba todavía de este a oeste. No sería exagerado decir que todo el pueblo fue al partido, de cualquier forma, porque el equipo que viste la casaca albiverde estaba un cañón. Pero teníamos en contra a la poderosa escuadra ovetense, que venía de tumbar a los más pintados rivales. Aquella calurosa noche de enero el público rebasó la capacidad del histórico local, aguardando impaciente el inicio de la partida.

Ingresaron los jugadores de las dos ligas bajo una salva de aplausos, gritos y hurras. Ypacaraí tenía una ventaja, pues con solo empatar alcanzaría el codiciado cetro nacional, y eso daba cierto alivio. El técnico era el legendario Rogelio Kelo Negri, cuya vozarrón, dando indicaciones, se escuchaba con fuerza retumbante. Comenzó el cotejo. Y a los un minuto y treinta siete segundos un defensor nuestro falló grande y sucedió la desgracia; metió gol Coronel Oviedo. Y con ese preocupante resultado terminó el primer tiempo.

A vuelta del descanso otra vez la gran batalla, pero nada pudo abrir la muralla que pusieron los hasta entonces ganadores. Al contrario, cada contragolpe, si no fuera por nuestro arquero, que creo era Juan Zimmerliz, hubiera aumentado no dos, sino tres o cuatro. Sin contar dos tiros en el travesaño, que eran goles. Nos estaban dando una paliza. Nos defendíamos como gato panza arriba. O sea, la situación no era nada agradable para todos los que fuimos a ver ganar a nuestra escuadra y traer la copa al valle.

Estaba terminando el juego, la hinchada rival ensordecedora no dejaba de festejar, lo cual nos resultaba humillante. El árbitro José Dimas Larrosa miró su reloj, adicionó 1 minuto, como para que el bullicio de victoria del rival fuera más importante, por aquello de que se hacía esperar. Fue ahí que le cometieron, en la media cancha, una infracción a Yegritos, que cayó con toda la exageración posible y se quedó ahí en el suelo, más o menos muerto. Era un tiro libre desde lejos, pero una última oportunidad al fin.

Kelo Negri entraba y salía nervioso en el campo, por lo que tuvo que intervenir la policía, lo echaron, bajo la cerrada silbatina de la multitud de Oviedo, y se fue despotricando. Y gritando: vamos a morir en nuestro puesto, carajo, como hombres con las bolas puestas. Además, el arquero rival mantenía su arco invencible hacía no sé cuántos partidos y estaba a punto de ser transferido al futbol brasileño, por excelente.

La selección de Ypacaraí tenía un especialista en tiros de larga distancia, pero de punta karaja, el célebre Kururu Ayala, un comisario futbolista que no medía uno sesenta de estatura. Se encargó de ejecutar la pena, el último suspiro, tratar de anotar el tanto imposible. Con tranquilidad sopló el césped, puso la pelota en su lugar, retrocedió como cinco metros y veinte centímetros, y con toda la fuerza del mundo chutó, pero tan mal, que la redonda se perdió en la altura, en el cielo, entre los primeros tres por tres explotados por la gente ovetense que empezó a entrar en el campo. Todos los jugadores adversarios de turno empezaron a abrazarse, festejando lo que era la victoria. Era una grandiosa celebración y nosotros queríamos que nos trague la tierra, de tristeza, de vergüenza, de rabia, de impotencia.

Tanta era la alegría y más el tumulto, que nadie se dio cuenta de que la pelota iba cayendo como un cometa en el otro arco, aterrizando justo enfrente. El arquero miró aquello desesperado y corrió a buscarlo con todo lo que el alma podía, y se tiró desde tres metros como para atajarlo, pero llegó un segundo tarde, lo arañó apenitas y el esférico centímetro a centímetro, ante el espanto de los ovetenses y la incredulidad, primero, y la explosión de alegría después, de los ypacaraiense, entró mansa hasta la red.

Así fue Ypacaraí campeón de interligas, por segunda vez, en la historia. El réferi pitó el final. Muchos dicen que aquella pelota fue cazada en la altura por una nave extraterrestre que pasaba de casualidad esa noche y en ese instante: que lo devolvió a la Tierra, para darnos una alegría… o quien sabe si en ese segundo se puso la camiseta alviverde el propio Dios.

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