La Leyenda de Ytuva
Itayvu, manantial que fluye de las piedras, es el nombre de uno de los poblados de Caacupe, ubicado hacia el poniente tras el verdeante cerro de Aquino Cañada.
Un terrón amasado de felicidad con dicha ahí se esparce, pues, la solapa del corazón encontró la dueña y se atoro como siempre como un autentico lugareño de estos valles.
Del ojo azul de la laguna que forma el yvu, nace la cinta móvil que eterniza canto, el Ytu, claro azogue que susurra su fría ternura y besa amambái y niño azote con sumisión milenaria.
Va mojando la serranía, formando raro contraste con la naturaleza salvaje. Mas allá aumenta su caudal, gracias a pequeñas vertientes. Varias mujeres de menudas manos, enjuagan ropas en su cristalina agua, trazando una verdadera estampa, en un cuadro mágico de ternura y encanto.
La geografía de esta parte es accidentada, añeja y única, peñascos, barranco, arenales y centenarios arboles completan el marco imponente de una proyección de vida eterna.
La primavera escogió el lugar aquel para su habitación continua; flores de variados colores, se miran en el eterno espejo, veteranos arboles que nunca se cansan de agacharse con su anciana vestidura de verde plisado y encaje de pétalos. Frutos, aromas y cantos completan la atractiva presencia de un remanso tan parecida al cuerpo de una mujer tendida al sol.
El cauce busca la media del valle, para partirlo en dos y musicalizarla eternamente. Pequeñas cascadas susurran el sutil lenguaje de la naturaleza en donde se hacen ilustres deudos las horas sublimes acunadas por la lira invisible de un torrente de encanto y de gracia.
En aquella laguna, hay una leyenda nunca narrada, que esta virgen, sola, pintada con acuarelas milenarias. El feroz yavevýi (manta raya) que como rueda de alzaprima, cortaba telas de agua en saltos imponentes y lanzar metálicos silbidos para luego introducirse en la quieta y mansa agua de la laguna. Los nativos lo llamaban Ytuva.
Allí sigue viviendo el pasado, quizás se lo sigue viendo, cuando alguna nube gris se meta a besar la cabellera de la serranía y amenaza lluvia de esperanza. Ese es el tiempo de su aparición, no había meteorólogo, ni científico que pronosticaba como el feo animal.
Varios vecinos del lugar, como don Pedrozo, don Elias Sosa, este ultimo un veterano de la guerra grande, antes de morirse me había contado que es indudable que muchos detalles de la naturaleza la ciencia no puede explicar, porque la (manta raya) por ejemplo es un animal de rio ¿y cómo vino a parar a una laguna, o será pura apariencia?.
Aunque varios testigos pueden alzar en los mástiles más altos la imagen de un yavevui para que nunca borren los vientos.
Varias veces, los pescadores formaban anillo humano por la laguna, juntando fuerzas, coraje, con cuchillos, machetes, py´acas, honditas, anzuelos, trampas y otras armas rusticas para atraparlo, pero, cuando hormigueaban gente, nunca se hacía ver; regresaban con nuevas esperanzas de volver otro momento y como buscando día de los dioses acuáticos.
Esta emocionante leyenda del Ytuva, viene de lejos, de antes, de mucho antes. Los indios que poblaban la serranía, alimentándose de caza y de pesca, ya andaban con el famoso hu`y con intensión de matar al carnoso animal de peligrosa presencia en la laguna.
El cuerpo era redondo, con la boca en el centro mismo hacia abajo, los ojos bien arriba, con que divisaba sus presas cuando estas se acercaban a bañarse cada tarde sofocado por el fuego del verano, que ardía la arena, quemaban los pies, doraba los pelos y curtía la piel, aprovechaba para chuparle hasta dejar solamente huesos. Asi sucedió con los indios Chali, cacique de la parcialidad Mbya Guarani. Rescatado solo hueso, costo la mudanza hacia Diaz cue; en su larga caminata unos tras otro, dejaron su cuerpo en un bosquecillo del lugar llamado San Antonio. Unos honditeros los encontró y le dieron entierro en una ceremonia india, lo dejaron la cabeza afuera. Le pusieron una rustica cruz, que hasta hoy es visitado. Los lugareños le llaman kurusu Chali y le rezan casi todas las semanas, y muy especialmente en el día de la cruz, el 3 de mayo.
Ahí nace el arroyo Ytu, en esa laguna y viene del monstruo Ytuva. El poblado también lleva su nombre, los cerros que circunvalan formando valle, deja un boquete de cielo, como una ventana azul, por donde bajan al suelo, belleza, salud y amor.
El empenachado y lento humo, amojona la presencia de un rancho enraizado en lo recóndito de mi terruño.
El camino que deja ver la estampa de algún carretero, que levanta leve polvareda en su cansino andar, retrata al hombre que trabaja y lucha por un mañana mas prospero para bien de sus hijos.
El valle es igual de día y de noche, lo que varían son los vientos y los pájaros que bajan violentos de las alturas para tomar calma y gozar en el pequeño llano.
Ytu, mezcla de leyenda y encanto, donde los ramazones con sus cordiales sombras esperan siempre al caminante para gozar de la naturaleza agreste que vistió ropaje con color de esperanza, donde el canto de los pájaros exaltan una armonía tal, donde los aboles centenarios perfuman con su resina el ambiente celestial lleno de dicha y alegría sin fin.
El poblado lleva el nombre del arroyo, el Ytu no es contracción sincopa, apocope de Ytuva (padre del agua). Es una jaula que atrapa a todos quienes pisan ese suelo diferente, tierra roja, paisaje manso vestido de verde y azul.
Su gente sencilla, se conocen todos, trabajan, gozan y sufren juntos. Los lugares dignos de conocer aparte del arroyo, están, el Itañeá, un balcón de la meseta serrana, donde pequeños hoyos parecidos a vasijas se dispersan por doquier, de ahí vine su nombre.
Más allá el niño pypore, rastro de piececitos pintados en las piedras. Algunos dicen que es el rastro que dejo Tome o San Tome, abogado del agricultor, para dar fuerzas a sus hijos que escalan las espaldas de los cerros para cultivar insumos de alimentos. Del Itañè se viene el valle abajo, la escuela, el camino cuyo surco deja dividido el valle, el tape kaàguy, el collar de isletas que forman la vera del arroyo, en fin, las casas, los cultivos, un verdor sin límites que solo el infinito pega con el divino azul.
Algún cuervo pescador corta desde el cenit azul en severo vuelo el aire manso, desde lo alto busca presa e inaugura el día que nace. Y nace cuando el astro rey, cual serpiente de oro, alumbra débilmente matando la pequeña niebla que remendaba la falda del cerro y las flores en sus cálices ponen mieles para desposorios con colibríes. Nace el día cuando el silencio colectivo muere en el rumor de la alborada con cantores del valle que estilizan vuelo de cerro en cerro. La serranía es la maravilla del valle, al oeste primero nace el día, porque ahí el sol rompe con su rayo manso y rubio apenas tibio las gotas cristalinas de rocío.
La falda a esta hora se dora orgullosa y de apoco viene matando sombras y hasta hace desaparecer el infinito telón que formaban las nubes cual sabana de nieve espumado que rocía el horizonte por la oreja del cerro. El sol aumento brillo convirtiéndose en un puñal para limpiar todo cuanto encuentre hasta la cabellera del oro cerró sobe el cual sube y le da vida. El zafir corona un amanecer distinto donde los huertos floridos respiran aires transparentes bañados con susurros, cantos y poesías. Las suaves curvas y colinas salpicadas con flores de juncos y algún lirio desmayado de aromas se asocian al gesto primaveral en un dualismo que eternizan en amaneceres de libertad y dicha.
La garganta del vallero Ytumeño lanza gritos animando las yuntas de bueyes que abren barbechos juntando pedazo de vida con tareas y esperanzas. El no ciñe cejas, porque tiene voluntad, fe en el creador y la cosecha. El agricultor es grande, Dios bendiga sus cultivos y le llene de grandeza para felicidad de sus hijos y de su prójimo.
Regresare a la fabulosa leyenda del Ytuva, de donde viene el Ytu, tal vez haya habido dos, uno grande y otro pequeño, por eso los nombres Ytumi e Ytuguasu. Es raro que cambie de nombre mas allá de estas comunidades, desde Diaz cue, junta agua con Ypucu, Costa Pucú, para desembocar en el rio Piribebuy.
Pequeños chorros y remansadas deja a su paso el arroyo, variados peces como el piky, mandiì, pirape, pira mbokaja, tare`yi, boga y por último el doradillo de cola colorada surcan mansamente las cristalinas aguas. Los pescadores con anzuelos y como carnada el tuku para echaban de cuando en cuando con la enorme alegría de conseguir el santo pan para el día.
Hay un lugar de privilegio de la naturaleza que el vallero respeta mucho, un pequeño recodo en donde el agua se aquieta mas, parece muerta, enormes plantas de ingaes desfilan en su vera y van depositando en la blanca arena sus frutos cargados de dulzor, como también el guavira de fruto color oro, desafiando a miel de eirusu. Al borde del espejo, amambái, helechos y musgos, completan un cuadro admirado. Más abajo, una pequeña curvatura que desemboca en una cascada; grandes piedras se enfilan para dar rumor, justo para poner pasos y cruzar el cauce.
A lo alto esparcen floridas ramas un ceibo añoso agachado quien sabe cuánto tiempo eternizando mirada en el cristalino espejo. Un caminito desemboca en ese punto, este viene de la casa de Jose Pingo, un señor casi mudo, solo gruñía y vivía en una familia de tres miembros, Juan Pablo y Francisca, casi todos con capacidades diferentes. Ese lugar se llama Pingo paso, ahí al caer la noche, el Pingo lanzaba gritos que los ecos hacían retumbar los cerros en donde se quedaron dormidos en el tiempo y en el corazón del pasado milenario. Era el anuncio de lluvias, el vallero se alertaba y los mas crédulos ya se preparaban juntando leñas o metiendo ropas tendidas en las afueras. El ronco canto de las aguas aumentaba como asociándose al grito raro y metálico del Pingo, hasta los gallos del valle cantaban más temprano como presagio al cambio de la naturaleza.
Un poquito más abajo, vierte su chorrito claro y cristalino casi helada, el Ykua ka’aguy, un manantial que broto allí luego de un taneante, retumbo como explosión de una bomba y nació instantáneamente entre helechos, amambái, burrokaà, guavira y guaviju. Allí todas las siestas se congregan los hombres a tomar su terere, limpiar el Yvu para conservar su belleza ntural y recrear la vista por quienes sentados en cuclillas y con manos hábiles lavan sus ropas y tienden por las ramas y sobre las piedras.
En el ykua kaàguy también hay fantasmas, varias veces se hicieron ver bultos que rodaban, figuras sin cabezas y hasta animales de raras composturas.
Según se iba presentando el arroyo adquiria nombres, Paso Pe, Paso Ita, Remanso, Piky syry, Paso Tororo, Arroyo ykua kaàguy, Pingo Paso, etc.
Solo visitando se podrá apreciar el resto de la belleza que ofrece el Ytu, sus cerros, sus florestas, sus chacras, su encanto y ternura.
Despues de esta narración, mis compatritas pueden cuidar de la presencia de algún Ytuva que disfruta de una mansa laguna de donde nace un cantarino arroyo con el nombre de Ytu. Que se debe conservar y proteger para nuestro medio ambiente se mantenga natural ofreciendo armonía y salud.