EL HOMBRE DE BLANCO 2
Después de mucho analizar, de hacer varias conversaciones conmigo mismo, de observar las repercusiones que ha tenido mi primer escrito referido a experiencias con quien llegué a considerar un amigo por la confianza, cordialidad y hasta familiaridad que transmitía durante nuestras conversaciones, y principalmente porque varias personas me han comentado su testimonio sobre avistamientos después de haberlo leído, algunos de mis amigos que merecen plena fe incluso me abordaron en la calle emocionados contándome lo vivido en su infancia o en su adolescencia, los cuales realizando una comparación de aquella época coinciden plenamente con el periodo de tiempo de las percepciones. Aquello me anima seguir escribiendo, desde luego, lo que recuerde de esas visitas o encuentros, pues eran varias, que en ese momento no me han causado extrañeza como ahora al rememorarlo, que si me preguntaran porqué no lo sabría explicar.
Recuerdo una mañana de inicio de julio, comienzos de la década de los 80, a la hora de despertarme para ir a la emisora “Radio Ypacarai AM” que quedaba sobre la calle Paraguay, soñé que ya estaba despierto, de pie como preparándome para ir a abrir la radio, creo que eso me pasó porque estaba muy cansado, puesto que la tarde anterior jugué muchísimo fútbol de salón en la pista del “Centro de Fomento” con algunos amigos de mi infancia, Oppe Adorno, a quien le decíamos “Gordo”, era toda una genialidad en ese deporte, también recuerdo a Wilson, Gustavo, Genaro, Lalo y otros tantos. De repente siento como si alguien me avisara que aun sigo dormido, entonces me levanté exaltado buscando mi ropa para alistarme apresurado. Desayuné un cocido que mamá ya me tenía preparado, ella se levantaba muy temprano, era una señora muy sacrificada y muy guapa, de paso agarré dos empanadas para consumir por el camino y salí a la calle. Hacía mucho frío por lo que al salir uní el cierre separado en mi campera y lo cerré para cubrirme del viento helado que me entraba; en ese mismo momento me fijo en el horizonte, en dirección al centro de Ypacarai y vi una estrella fugaz, de sur a norte, que por su resplandor y tiempo visible en el cielo me estremeció, el brillo era tal que me causó un gran sobresalto, que quedé con los ojos abiertos sin pestañear por unos segundos al costado de la oscura ruta, que en ese instante no tenía tránsito de vehículo. Dentro de mí recordé que alguien alguna vez me había dicho: “Cuando veas una estrella fugaz pide un deseo…”, fue lo que hice a penas me recuperé, en ese momento recordé a varios compañeros locutores de la radio, a quienes admiraba mucho por tener la virtud y el talento de hablar delante de un micrófono, expresando su saber o leyendo noticia, enviando saludos o regalando una poesía, lo que yo no me animaría jamás hacer, pues le tenía terror al micrófono; justo un día antes un oyente, vecino del barrio, a quien le decían “Cambicho” Pereira, vino a la emisora y encargó un anuncio de exequias, y como era frecuente la inasistencia del locutor mañanero, me pidió que lo haga, intenté y quedé totalmente choqueado frente al micrófono, no pude terminar ni una línea del aviso. Como aquel brillo que vislumbré duró más de lo normal me dio tiempo para pedir mi deseo, aunque dentro de mí supuse que era algo muy lejano y demasiado difícil, hablar ante un micrófono era todo un desafío, mucho menos frente al público.
Un poco después de terminar con mis dos riquísimas empanadas (sentí no haber traído tres) llegué en el portoncito de entrada a la emisora, desde allí me llamó la atención las luces encendidas en la sala de operadores y en parte del amplio corredor. Como me desperté un poco tarde por lo que ya expliqué, dije que se me adelantó el locutor de turno ese día, pero cuando entré en la sala de consola me saluda mi amigo, como siempre vestido totalmente de blanco, aunque sus ropas aparentaban de uso campestre. Giré para ir donde estaba el transmisor y se me antepone, como queriendo impedir que avance hasta allá: “No te preocupes, el transmisor ya está encendido, el mate está preparado y el disco está en el tocadisco” Me sentí aliviado porque llegué tarde.
Empezamos a compartir el mate, muy rico, a punto, como es delicioso tomar en tiempo de invierno. Allí comienza nuestra conversación.
Lo primero que me dijo fue: “rohendu kuehe reñe e microfonope” (te escuché hablar por micrófono) Me sonrojé, no me animé a mirarle por la vergüenza, pensaba que nadie me había escuchado, aunque lo que siguió diciendo causó en mí una especie de motivación. “Hablaste muy bien”. Respondí apretando la cabeza “Qué vergüenza!!” y no me dejó seguir, añadió rápidamente: “Yo te digo enserio, si tu deseo es eso debes buscar el talento dentro de ti, eres el único que lo podés encontrar” No entendí aquellas palabras en ese momento, pero sí me han resonado una y otra vez a lo largo de la vida, especialmente cada vez que se me presenta una oportunidad de expresarme ante la gente, tanto que hoy he llegado a comprender que cada persona es irrepetible y encierra por dentro dones y talentos a ser explotados.
Creo que se dio cuenta de mi incomodidad y cambió de tema, aunque hoy quiero creer que su cuestión principal era lo que me explicó a continuación. …leíste la biblia? dijo y sonrió, soplé una sonrisa incrédulamente moviendo la cabeza sin decir nada, porque ese tipo de lectura no iba conmigo, lo notaba muy alejado, sin interés alguno. Siguió, …crees que una nube se formaría en columna o fuego se pondría en línea en el cielo? Pensé para responder, pero como era algo muy inexplorado para mí, no supe qué decir, entonces continuó, “El patriarca Moisés guió al pueblo de Dios por el desierto dirigido por nubes de día y fuego de noche…, sabías? Me preguntó. Le respondí: “Yo nunca ni vi una biblia” Se río a carcajadas y expresó; “Ya lo vas a hacer pronto”. “Jamás” dije dentro de mí. Pero me llamó la atención el relato que hizo a continuación: “Esas nubes, algunas gigantescas, o fuego de noche cerca del Mar Rojo cambiaron en un momento de posición, de estar delante del pueblo se puso a espaldas para defender a los hijos de Dios” comentó. Entonces pensé, de dónde éste saca tanta imaginación, nunca vi una nube cambiar repentinamente de lugar como si fuera a voluntad, y fuego en el cielo de noche cómo sería, yo nunca observé. Aunque grande fue mi sorpresa cuando años después impresionado leí exactamente como él me había comentado ( “…y asimismo la columna de nube que iba delante de ellos se apartó y se puso a sus espaldas…” Éxodo 14: 19) y me recordé de su carcajada. No solo esto, hay otros hecho que me ha comentado que dejaré para una próxima.
Cuando empezaba a clarear la mañana, se levantó diciendo “Ya es hora, tengo que llegar a Pumapuncu” Ni idea de sus palabras, pero sí me fue impactante cuando supe qué era y dónde quedaba, que quiero dejar todavía para una próxima, de lo contrario los cansaría con tan largo relato.
Esta vez sí me extendió la mano al despedirse, expresándome: “Nunca te olvides que el lugar donde están tus pies, refiriéndose a Ypacarai, es un portal a descubrirse en un futuro no muy lejano. Encuentra y desarrolla en ti tu capacidad y talento, que ahora tienes como un anhelo, te agradará hallarlos, son como tesoros escondidos en tu interior”
Salió y se dirigió hacia donde estaba el transmisor, un momento después, justo cuando me dispuse a sentarme en la silla frente a la consola de sonido, sentí una feroz vibración, como un estruendo, que hasta movió el pequeño estante donde estaba el mate e hizo caer la guampa con la bombilla sobre la repisa, vi una luz reflejar por el vidrio divisor de ambas salas, operador y locutor, y pensé que era el fluorescente descompuesto afuera por encima de la ventana, o quizás se avecinaba un gran temporal, aunque me dio la impresión que algo no igualaba, entonces rápidamente bajé el púa del tocadisco sobre el primer surco del vinilo sin elegir el tema, alcé el volumen a normal y salí apresurado afuera del edificio, observé una zona humeante en el fondo del terreno, cerca del límite con el que hoy es la escuela y colegio Santa Rosa, no pude contener mi curiosidad y crucé raudamente el largo corredor acercándome para ver, noté que en cuatro sitios casi medidos se levantaba humo, entonces pensé que la señora Correa, limpiadora en ese tiempo, quemó basura la tarde anterior, aunque hoy especulo sobre las formas de aquellas circunferencias tan redondas sobre el pastizal quemado. Me fijé arriba y estaba tan claro sin ninguna amenaza de lluvia, fue el momento cuando vi centellear una luz repentina que velozmente desapareció como penetrando el cielo azul. Me negué a entrar en un conflicto interior, tal vez por temor a algo muy desconocido para mí, o debido a algún grado de inocencia que aun portaba, entonces opté en asumir que fue la señora Correa el día anterior.
Hoy intento recordar fragmentos de aquellos encuentros, especialmente las veces que llegué a dialogar con mi amigo EL MÍSTICO HOMBRE DE BLANCO, quién era, de dónde vino, porqué estuvo allí, qué quiso transmitir. Por mucho tiempo todo lo suprimí de mi mente, intentando convencerme que solo fue sueño, defendiéndome quizás inconscientemente de una exposición al sarcasmo. Sin embargo varios acontecimientos que vienen ocurriendo, lecturas de episodios conexos, más los descubrimientos que están tomando dominio público, se relacionan con lo que él me había revelado, y me hacen reflexionar seriamente que todo aquello fue tan real, estimulando en mí el deseo de rescatarlos, examinar y comunicar. Considero asimismo que en muchos de los lectores podría despertar igualmente sucesos vividos de aquella época o resurgir episodios guardados dentro de sí, que nunca han querido o no pudieron contar.