EL VIAJE IMPOSIBLE DE ANTONIO NUNES Y SU GRUPO.

Les cuento sobre el gran viaje que hizo el célebre acordeonista Antonio Nunes, y los integrantes del conjunto “Los muchachos de antes”, o sea el violinista Jorge Richer y el guitarrista Moises Delgado, a los cuales se iban agregando el contrabajista de Kure Kua, Garcete y otras leyendas más de la auténtica música popular de la vieja Tacuaral.

Aquello fue al terminar la guerra, en el aire se sentía todavía la pólvora de los cañadones chaqueños y el patriotismo henchía los corazones. La idea era llegar a Encarnación, cuando ni había caminos, con un viejo camión Fort T, propiedad del primero de los mencionados, cuyo nombre como artista era muy respetado en todo el país, incluso tanto como Emiliano o Roquito Mereles, dicho sin exageración alguna.

Don Antonio no solo era intérprete avezado, sino también un notable compositor, que escribía con voracidad, como si estuviese en las horas postreras de la vida, en las horas libres que le dejaba su trabajo de transportista y cuentan que sus piezas eran la síntesis de la esencia del cancionero paraguayo.

Se pusieron de acuerdo para llegar hasta los límites del sur, que era inhóspito, con senderos intransitables y llenos de bandoleros y abigeos que no dudarían en matar, si eso fuese necesario por nada, solo por placer.

Llenaron el vehículo de víveres, agua, caña e instrumentos y salieron hacia la lejanía, con algunas otras preocupaciones, por ejemplo, conseguir una buena cantante, lo cual era casi imposible, porque ninguna mujer se atrevería a emprender semejante travesía casi suicida. Pero lo encontraron en Paraguarí, y ella en una sola noche aprendió cada una de las setenta canciones que conformaba el repertorio y lo que es más, cuando llegaron a Valle Apuá, y tratar de convencer a un también afamado arpista, éste justo había fallecido un día antes. Alcanzaron el sepelio en un pequeño cementerio, que fue cuando la vocalista entonó una dulce y emotiva canción, que hizo llorar a los pocos presentes, y levantar al fallecido de su tumba, que enseguida fue a buscar el arpa de su rancho y se sumó a la comitiva.

Pasar el rio Tebicuary, era otro obstáculo insalvable, pues era época de creciente e inundaciones, y no había balsa que pudiera contra la fuerza de la corriente que arrastraba todo, y traía en las crestas de los oleajes bestias acuáticas y de los bosques. Pero aquella oportunidad un viento negro abrió el agua, y permitió el paso de los artistas que parecían protegidos por un halo divino, seguro teniendo en cuenta su excelsa misión, casi divina.

En San Juan fueron confundidos por una pandilla de maleantes, y los tomó preso una intransigente cuadrilla militar, pero el solo hecho de que interpretaran un par de temas propios para los soldados, en un puesto, demostró que la fama de Antonio Nunes era más grande que cualquier obstáculo y fueron liberados, sin problemas.

A medida que iban, los senderos eran peores, y la naturaleza mas inhóspita. Diluvios, tormentas de arena, sequía, se sucedían en forma intermitente. Se quedaban en humosas aldeas o acampaban junto a la fogata en la inmensidad resplandeciente, con el horizonte como testigo. Hasta comieron con los nativos que eran temidos, por presumir de caníbales. En más de una ocasión hicieron correr a tigres hambrientos, con golpes de cuerdas de los instrumentos.

Después de un largo mes y medio de peripecias llegaron a la frontera del sur, a tiempo para participar del gran evento al cual se habían propuesto ir. En el último día don Antonio tuvo el mal sueño de que al cumplir su misión, iba a morir.

Y así ocurrió.

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