El Bar Central y el Pombero Tuerto.
Otrora refugio de folkloristas Ypacaraíenses y de ciudades aledañas, el Bar Central fue por mucho tiempo el punto convergente de músicos, artistas y de quienes tenían oídos para escuchar y afinada virtud de integración para compartir e interactuar socialmente.
Carente de un local propio, en su recorrido desde la década del ‘70 como inquilino de varias propiedades, incluso en una ocasión se instaló en emblemático edificio que por mucho tiempo sirvió de sede al Colegio “Normalista” Dr. Ignacio A. Pane, situado a metros del ex – cine Gran Rex.
El Bar Central en realidad fue una Universidad de donde egresaron los antiguos bohemios de Tacuaral, era un recinto multidisciplinario. Primero se aprendía a amar la música, a escuchar, a respetar a la persona como talento del arte, luego de esta iniciación y tras hacerse con el salvoconducto para ingresar en el exclusivo ambiente musical instalado en el patio trasero, el espíritu de la camaradería, de la confraternidad y de la cultura se posesionaba del individuo que vibraba con el repertorio que los artistas ofrecían cada noche.
Su mejor momento fue cuando ocupó el viejo caserón en donde tiempo atrás funcionaba la “Farmacia Venus” propiedad de Doña Mafalda y Don Gilberto Cabrera a quien le decían “Pijama”, el vetusto edificio de estilo arquitectónico colonial estaba situado sobre la avenida Mcal. López, al costado de la plaza y a metros de la Escuela Graduada número 82, República de Honduras.
El Bar Central funcionaba 20 horas diarias durante todo el año, por la mañana era tradicional el encuentro de amigos que compartían las inacabables rondas de tereré, luego del terererupá que consistía en las riquísimas y calientes empanadas preparadas por Ña Mari, quien desde la madrugada y hasta altas horas de la noche, era la encargada del variado menú gastronómico que incluida la imaginaria carta del Bar.
El local contaba con 5 ambientes que podían funcionar de manera simultánea:
1- La vereda que era el lugar destinado al tereré y desde donde se podía contemplar e inclusive admirar a las bellas estudiantes del colegio “Normalista”, quienes desfilaban rumbo al establecimiento educativo provenientes de Pirayú, Itaugua, San Bernardino, Altos, Loma Grande y de todos los barrios y compañías de Ypacarai.
2 - El comedor en donde el cliente degustaba del menú diario y nosotros éramos los habitúes convertidos en “invitados estables” del recinto.
3 – Las mesas de billar y billar gol, allí se “taqueaba” durante largas horas jugando al 31, especialidad en el que el Doctor y reconocido Dietólogo de fama internacional Miguelo Mussi era imbatible.
4 – El corredor contiguo a la cocina del recinto que servía de casino a los apostadores y tahúres que se “divertían” en partidas de naipes y
5 – El patio trasero al que únicamente accedían los íntimos amigos a participar de las peñas folclóricas en que celebrados músicos locales, nacionales e incluso internacionales (como el caso del grupo Boliviano Nuevas Raíces) realizaban un festival karapé con solistas, dúos, tríos y grupos de canto e instrumental.
En los años 1986 y principios de 1987, cuando el Bar aun funcionaba en el ex local del Colegio Dr Ignacio A. Pane, junto con un amigo de infancia y juventud conocido como Verita, éramos privilegiados espectadores del ensayo musical del Trio Américanto, quienes repasaban su repertorio en lo que alguna vez fue la cantina de aquel colegio formador de generaciones, a quien una HEROÍNA llamada Doña Carlota D’spierre de Montiel dedico alma y vida, contribuyendo con la educación a través de un legado imperecedero.
Tanto Verita y Yo éramos unos adolescentes que hacía poco habíamos traspasado la línea de la infancia y tal vez debido a una precoz militancia política contestataria al régimen de entonces, gozábamos del aprecio del dueño de casa, de los artistas y de los bohemios que en definitiva eran mucho mayores que nosotros.
Integrado por José Mendieta, Bill Martínez y Cacho “Leguí” Leguizamón, el Trio Américanto se había formado luego de que José Mendieta abandonara su Grupo Luz y Sombra, integrado en su momento por los hermanos Ramón y José Mendieta y por un Argentino llamado José Ernesto Peralta.
El Novel Grupo Américanto pertenecía al género de músicos a quienes la nueva trova o el Nuevo Cancionero había enrolado para cantar temas del repertorio nacional y latinoamericano, con un contenido poético comprometido con la lucha social y la conciencia libertaria, que en ese entonces comenzaba a madurar en Paraguay teniendo a Ypacaraí como su señera vanguardia.
El Trio de José, Bill y Leguí llego a cosechar el billón de aplausos tanto en los festivales de Ypacarai o en la entonces “Planta 1 de Coca-Cola”, en donde compartió escenario con renombrados exponentes de la denominada música de protesta como Sembrador, Dúo Gente en camino, Vocal Dos, Ñamandú, Menchi Barriocanal y su grupo Uno más Uno, Alberto Rodas, y el Dúo de Ingeniería Chiqui y Jaime que aunque aficionados al canto eran numero puesto en todas las peñas.
Aún permanece en mi memoria y especialmente en mi retina la explosión de júbilo de toda la concurrencia Asuncena cuando el Trío Ypacaraiense fue presentado y sin mediar palabras arranco con el vibrante tema que los identificaba: “AMÉRICANTO”, escrito por el conciudadano Celso Alfredo “Cacho” Galeano y musicalizado por José Mendieta, requintista y líder del grupo, a continuación unos fragmentos del tema:
“Américanto es el grito de un pueblo con voluntad,
Que hoy saluda cantando la patria a la libertad,
Américanto es historia de un pueblo que canta aquí,
En este suelo bendito, tierra de Ypacaraí.
II
Américanto es historia de muchos pueblos valientes,
Es sencillez de su gente que lucha por la verdad,
Es esperanza del pobre que va buscando el presente,
El derecho de la gente justicia amor y amistad.
III
América, América, América, te saluda nuestro canto,
América, América,América, presente Américanto!”.
El recuerdo de esos momentos de gloria quedaran guardadas para siempre en nuestro corazones, por eso comparto con ustedes las letras de la canción, tal vez algún día les “tar¬ârée” el ritmo de aquel tema que no fue grabado pero cuya melodía asimilé y cada tanto la hago sonar en la imaginación.
Volviendo a las noches del Bar Central, en una hora determinada y para los no habitúes, de fachada el local cerraba sus puertas pero en el fondo la fiesta era desatada, para que la exclusiva privacidad permitiera a un calificado grupo de Ypacaraienses disfrutar del repertorio que los músicos compartían.
El propietario Julián Ramírez era acérrimo defensor, creyente y practicante de aquella cita bíblica que lapidario recomienda “No arrojes perlas a los cerdos”, por eso solo dejaba pasar y participar de los encuentros culturales a los iniciados en el espíritu festivalero.
Delfín Medina, Ramón Mendieta (+), Antonio Estigarribia, Yoyi Azuaga (+), Juan Ramón “médico” Medina, Julio Cesar Sosa, Chiquito Marecos, Tantí Bulí Aguilar, Patiñito, Oscar Galeano, Augustito Ramirez y su requinto y otros, interactuaban en interminables noches de magia musical en donde teníamos el privilegio de compartir con amigos como Yiyo Battilana, DON Papito Gimenez, Gustavo Duré, Cantí Aguilar, el “Maestro” Felipe Vera (+), Kobérro (+) entre otros.
Mientras los músicos interpretaban repertorios que incluían boleros, chamamés, guaranias, polkas, purahéi asý o purahé jahé´ó, etc, los oyentes libaban generosamente todo lo que el Bar disponía, la bebida espirituosa era amistosamente compartida y la vibración por escuchar la música en principio hizo pasar desapercibido algo sencillamente sobrenatural y que posteriormente sorprendería a todos.
Fue Don Papito Giménez, quien bebía un finísimo whisky tipo A, el que se percató que coincidentemente cuando el Trío Américanto cantaba su tema o Delfín Medina con un Dó de pecho gorjeaba “60 granaderos”, los presentes festejaban y el whisky se evaporaba desapareciendo como por arte de magia.
El Chivas Regal 18 años que Don Papito le bajaba mientras fumaba su habano Hoyo de Monterrey eran exclusivos y no lo compartía con nadie, generosamente invitaba a los amigos todo tipo de cervezas, vinos y hasta picadas que servían de aperitivo, pero el Chivas y el Habano eran privilegio suyo y de nadie más.
Siempre nos pareció raro escuchar silbidos y un “piar” de pollitos que se dejaban oír en las pausas entre temas y temas, pero a medida que la noche avanzaba hacia la madrugada y la vibración subía de tono al igual que el volumen de la voz de los cantores, aquel “piar” se hacía más fuerte y se oía más cercano, algunos amigos aseguraban sentir que algo peludo e invisible los rozaba, y en una ocasión todos fuimos testigos de cómo las cinco rayas de Chivas “on the rocks” desaparecieron succionadas por la nada, mientras el habano de Don Papito flotaba en el aire con la parte encendida avivada en un fuego candente, como si alguien lo estuviera fumando.
Los más astutos comenzaron a sospechar, e inmediatamente se envió a comprar 5 botellas de Chivas y una caja de Puros que servirían como tentadora carnada, mientras el repertorio musical seguía sonando en aquella noche de viernes interminable.
El dueño de casa hace mucho sospechaba del motivo por el que el whisky contenido en los vasos desaparecía a medida que se cantaba, era como si el chato recipiente de cristal tuviera agujeros por donde se filtraba el líquido Escoces añejado en cubas de roble.
Mientras Ramón el médico Medina cantaba “El agua”, la trampa fue instalada, mandaron traer otro vaso y luego de que Don Papito sirviera su trago sobre unos cubos de hielo, el otro vaso fue llenado hasta el borde pero al natural y sin hielo.
La música siguió, todos vibraban, cantaban y aplaudían, y mientras la algarabía reinaba en el recinto, el vaso de whisky caliente era nuevamente vaciado en un fondo blanco, momento en que se escuchó un “piiipuuuu” proferido por una voz alegremente ebria que sonaba desde la nada en la oscuridad, era como si la noche se bebiera el alcohol servido como carnada.
De inmediato se solicitó un solo de instrumentos en donde los hermanos José y Ramón Mendieta junto a Augustito, quien actuaba de local, espantaron las somnolencias y las palmas acompañaron al motivador ritmo del “plin – plin” del mbaraká.
En ese momento de éxtasis emocional, ya toda la botella de whisky flotaba en el aire y ante el asombro de la concurrencia que perplejos veían como con un “glup – glup” el contenido se vaciaba, contemplamos la confusa imagen de una figura humanoide que se hacía visible a ratos para luego desaparecer, como si la borrachera causara un descontrol en las virtudes de invisibilidad de aquel ser misterioso, que relajado y desinhibido como Pedro por su casa, compartía la peña como si fuese un invitado más.
Cuando Gustavo Duré pidió el tema “arquero lómo”, los vibrantes acordes de la polka Colorado comenzaron a sonar rompiendo una vez más el imaginario cristal de silencio que cubría la fresca madrugada.
Aquello parecía ser la polka preferida del intruso quien profirió un sonoro arriero sapukái , delatando su ubicación tras apropiarse de otra botella de Chivas Regal.
A esa altura de los acontecimientos ya todo era más que evidente, una borrachera que orillaba el coma alcohólico provoco un cortocircuito en el "modo invisible" de aquel PÓRA dejando ver la morena tez de un hombrecito de pequeña estatura.
Con su cuerpo desnudo, las piernas arqueadas y erguidas sobre sus anchos pies descalzos, largos brazos que situaban las manos a la altura de las rodillas, una tupida melena que se deslizaba sobre el hombro fusionándose con el negro vello que cubría todo el cuerpo, y los grandes globos oculares cuyo blanco resaltaba sobre un rostro con la nariz achatada, labios gordos y transversalmente alargados, dibujaban la cara del temido Karaí Pyharé.
El genio de la noche se hizo habitué de aquel Bar atraído por el ruido y por la abundancia de caña y cigarro, en principio se limitó a observar y escuchar, luego de manera furtiva y amparado por su invisibilidad bebía pequeños sorbos de tragos aprovechando el tumulto y la algarabía, pero contagiado por la vibración y la camaradería pronto perdió la compostura, los estribos, el pudor y con ello la invisibilidad, y como producto de la desconcentración , en ratos de descuido dejaba ver su aspecto para luego desaparecer nuevamente.
Cuando los hermanos Mendieta interpretaron Carreta Guý aquello fue un desenfreno total llevando la noche a su pico máximo, la alegría era un espíritu que poseía a todos, en ese instante la púa con que punteaba soltó la segunda cuerda del requinto de Ramón, motivo por el cual la vibrante guitarreada fue abruptamente interrumpida.
De inmediato Mendieta agito en el aire la guitarra, extrayendo del mabaraká ryekué unas cuerdas de repuesto que tenía dentro del instrumento, y luego de hilvanar entre el puente y la clavija, se dispuso a ajustarla mientras José ponía las notas en la guitarra que hacía de dúo, afinando aquella madera que parecía ser parte de sus brazos y dedos.
La nota SI era punteada probándose el sonido, vueltas y vueltas de clavija convertían la segunda en una tensa cuerda que podía lanzar una flecha al infinito; cuando la última vuelta fue girada un lacónico “TOINNGG” sonó desafinado. El mbaraká sâ de nuevo se soltó y como iracundo látigo golpeó el ojo del curioso POMBERO que borracho, impertinente e incauto se acercó más de la cuenta al requintista para observar como la guitarra era afinada de manera magistral.
Podríamos decir que aquella noche lo vimos todo…vimos al genio aparecer y desaparecer pintoneando en derroches de alegría, lo escuchamos silbar y piar aclamando a los artistas, y patéticamente lo oímos llorar como un Karajá cuando la cuerda de una guitarra se convirtió en arreador golpeándolo en el ojo y dejándolo tuerto para siempre. A aquel suceso nocturno se debe la frase que dice: “Ejeívé músico ariguí”, que por cierto es un consejo más que sabio y prudente.
Todas las sospechas fueron confirmadas, en el Bar Central había un Pombero Bohemio que invisible participaba no solo escuchando y bailando con la música, sino que gustaba del buen whisky y del Habano que Don Papito Giménez tomaba y fumaba. Aquella madrugada todos nos quedamos a consolar al POMBERO que se lamentaba por el dolor de ojo, y por el imperdonable descuido cometido tras beber como “El POMBERO que era”, motivo por el cual terminó siendo descubierto.
No sé por qué razón esa noche nadie se asustó ni salió corriendo en estampida al ver en vivo y en directo a un POMBERO que otrora solo era concebido en la imaginación y del que solo se escuchaba fantásticos relatos.
Tal vez nadie se horrorizo porque todos sospechábamos que era él quien se bebía los tragos y se fumaba los cigarros, quizás la sangre guaraní que corre por nuestras venas insuflaron en nuestro instinto la tolerancia y una predisposición a su presencia; los Paraguayos siempre supimos del Genio de la noche, y aunque nunca lo veíamos sabíamos que merodeaba nuestras casas durmiendo en los tatá kuá o que andaba por ahí, escuchando nuestros pedidos de protección.
Desde esa vez el Pombero fue nuestro Kili, José Mendieta incluso le enseño a ejecutar un par de temas en requinto, por eso era normal que muy temprano y al abrir la carnicería Don Papito Mendieta se topara con abundante cantidad de panales de miel silvestre, yvapurû y guavira, que el genio traía de los montes como tributo de agradecimiento a quien le enseño a tocar la guitarra.
A partir de aquella noche el Karaí Pyharé nos acompañó en cada jornada, cuando nos pasábamos de tragos él nos guiaba hasta nuestras casas, en una ocasión el amigo Kennedy se pasó con el vino, y el genio a quien cariñosamente le decíamos “POMBÍ”, lo cargo kaírõ hasta la puerta de su hogar. Como el genio era visible solamente para nosotros sus amigos, algunos transeúntes no daban crédito a lo que veían sus ojos cuando en las cercanías de la iglesia observaron a Kennedy flotar en el aire, semejando una relajada levitación mientras el Pombero lo cargaba estoicamente conduciéndolo hacía zanja soró.
Recíprocamente y en varias ocasiones, nosotros también auxiliamos al amigo de la noche cuando se pasaba de copas, precautelando su identidad y custodiando su secreto, sucede que cuando bebía de más y debido a la resaca, acostumbraba tomar todo el agua contenido en el tanque de la plaza dejando sin el vital líquido a todo el barrio, en una ocasión hasta quedo dormido en un banco desde donde lo rescatamos para acostarlo en una hamaca.
Para evitar que sucumbiera ante el vicio del alcohol lo afeitamos y lo peinamos para inscribirlo en el programa de alcohólicos anónimos en donde milagrosamente se recuperó.
Luego de un tiempo el Bar Central cerró sus puertas, por consecuencia, nuestro grupo se separó y los integrantes terminamos diseminados no solo por todo el país sino por todo el mundo.
No sé qué pasó del amigo “POMBÍ”, algunos afirman que continúo afeitándose el tupido bello y que vive en Ypacarai como si fuera un Tacuaraleño más adoptando incluso un apodo: IKO.
Otros dicen que volvió a la clandestina vida de genio y que cada tanto aparece en Ypacarai, merodeando en los lugares en donde antaño la confraternidad se trasformaba en música y los pobladores se respetaban y amaban como hermanos.
La ausencia de sitios como el Bar Central entristece las noches de la capital folclórica de la Patria, la confraternidad, la solidaridad y la camaradería, lastimosamente son virtudes que como el amigo Pombero parecen haber desaparecido.