LA NUBE ASESINA.
Fue lo peor que nos sucedió, nos damos cuenta, ahora que volvemos a recordarlo.
Aún estábamos cursando los primeros grados en la escuela República de Honduras número 82, cuando pasó. De donde habrán venido, no sabríamos explicar, pero tuvo consecuencias mortales, en varios casos. Yito Morales, un amigo definió a la perfección, años después, aquel suceso;”Entonces en pleno día se hizo noche”.
El zumbido que era enloquecedor, se metía hasta por los huesos. Teníamos que taparnos los oídos con las manos, para no enloquecer y todos los alumnos comenzamos a llorar de pánico. Cuentan que unos compañeritos vomitaron gusanos, lombrices y tornillos, pero no nos consta. Las maestras ni sabían qué hacer, excepto murmurar oraciones.
Las campanas de la iglesia comenzaron a repica solas, poniendo un toque mortuorio al paisaje, de por sí siniestro. En un rato, las calles de Tacuaral se volvieron desiertas, convirtiéndose en un pueblo fantasma.
Mucho dijeron que se trataba de una maldición, de un arribeño despechado, con poderes diabólicos, que no pudo conseguir el corazón de una muchacha local, a las buenas y usando su poder quiso vengarse. No se sabe, con precisión, los motivos, pues se dijeron cosas al respecto.
Todo el mundo se vio obligado a encerrarse en las habitaciones, por tanto se sabe poco de lo que ocurrió, afuera. También se mencionó que eso habrá sido una de las siete plagas bíblicas, la misma que envió Dios sobre el faraón egipcio, para liberar al pueblo judío, y dejarlo partir con Moisés por el desierto. Ni siquiera la inundación cíclica que sumergía a Tacuaral bajo las aguas de los raudales, arrastrando todo cuanto podía, se la puede comparar. Tampoco la tormenta del 53, del siglo pasado, que descarriló el tren" inter", ocasionando más de trescientos muertos y heridos. Produjo más miedo que el mismo Luisón, que ante esa cuestión resulta un simpático peluche. Incluso superó al monstruo que asomaba su aspecto prehistórico en el lago de la cantera, camino a Pirayú. De mayor efecto que el revólver vengativo del malevo Príncipe Chaparro. Letal en mayor escala, incluso, que los cantones con metralletas y fusiles instalados en las esquinas en la revolución de 1922 y 1947, cuando desde los techos de las casas de dos pisos los francotiradores hacían de las suyas, liquidando cuanta gente se movía. Tanto o más que los novillos salvajes que suelen escapar de los troperos tomando también por asalto los barrios y el centro. Hasta se comentó que podía haber sido un fenómeno extraterrestre, porque en aquellos días se notaban movimientos de objetos raros en el cielo. Hasta los ahogados del lago Ypacaraí se refugiaron en el al fondo del barro, por temor, al igual, que los muertos del cementerio, que aseguraron sus lápidas. Varios eucaliptos de la plaza cayeron bajo el peso de las mismas.
Rezaron rosarios y se hizo toda clase de sortilegios, para salir de aquel problema de vida o muerte, pero no resultaron. Estuvieron ahí, sietes días y sus noches, al acecho, sin explicación humana posible.
Así como llegaron se fueron, en masa, sacudiendo hasta las raíces de las plantas, para alivio de la población, que despaciosamente salieron de sus refugios y hallaron, solo un tendal de cadáveres, de los desprevenidos que no lograron huir a tiempo.
Un episodio sobre el cual muchos no desean hablar, porque no desean pasar por fantasiosos y habrán sufrido pérdidas de seres queridos, por lo tanto era lacerante nombrarlo. No hay precedentes en toda la historia de Tacuaral; aquella invasión de abejas asesinas.