Crónicas de una Suprema Creación.

El ingeniero inglés Ernest Stanley, como todas las mañanas temprano, caminaba rumbo a la playa del lago Ypacaraí para comenzar su jornada de travesías; aquel día, la sombrilla de su paraguas se doblaba y pandeaba por el viento arremolinado y la copiosa lluvia. Al llegar a la costa, sorteando los charcos de aguas, observaba que las olas del lago eran impetuosas y embravecidas, esto le hacía recordar su época de joven timonel de marina mercante por el canal de la Mancha. Como de costumbre y bajo cualquier condición, junto al ancla, con su eterna sonrisa dentuda y pelo enrulado, le esperaba el fiel Mahú, apodo de Manoel Borja Filho, hijo dicen, de un esclavo y luego desertor del ejército de ocupación que en 1869, había tomado Asunción, alentados por aquellos nefastos anti lopiztas de la legión extranjera, que borrachos de poder político y meter las manos en las faltriqueras del estado paraguayo, se prestaron a aquellos saqueos y tropelías sin paragón de Asunción y sus alrededores. Lo cierto es que todos los días en las travesías que Stanley realizaba con su lancha, transportando pasajeros y cargas desde el Kendall hasta la rotonda de San Bernardino, el mulato Mahú, era siempre el estibador y ayudante de todo uso.

Aquella mañana tormentosa el Míster, entro a guarecerse bajo el techito de loneta de la embarcación que bailaba en vaivén por las aguas bravas, su rostro no era como otras veces, lucía absolutamente serio y preocupado; observa la tormenta en medio de una densa bruma que casi no dejaba ver la otra costa del lago y la sensual silueta del cerro Patiño. Escuchó desde atrás a Mahú decir:

- Nákore jey ja cruzá hagua Ingiñéro; Ñandejara amaliciá i poshy ñanendié ha ojeka i kambuchi… Siete diá kon su nóshe ma oky guazu péicha…

Sin contestar absolutamente nada el Mister, boquiabierto nota que las aguas estancas del lago, ahora circulaban hacia la desembocadura del Salado, como raudales en correntada caudalosa, arrastrando a su paso raigones, embalsados y camalotes arrancados, muchos de ellos con ñakaninas y kurijues liados y refugiados a su suerte. Entre la niebla, notaba además que aquel diluvio, había convertido la verde superficie de los humedales que rodeaban a la masa del lago hacia el sur, donde están los pueblos de Ypacaraí y Pirayú, en un majestuoso espejo de agua, semejante a un golfo o fiordo de mar.

Entre aquel caudaloso flujo de agua y ante aquel escenario dantesco de naturaleza rabiosa, repentinamente los ojos de Stanley, quedaron petrificados; no lo podía creer, estaba viendo algo que para él sólo existían en sus pesadillas; aquello era verídico o casualidad se preguntó a sí mismo?.

Con aquello ante sus ojos atónitos, no tuvo otra alternativa que comenzar a admitir, sin razones concebibles para él (un europeo educado en una tradicional escuela anglicana de Liverpool) como real algo que él concebía como irracional; entonces comenzó a brotar en su memoria, una secuencia de hechos pasados que había sido, no eran frutos de la mera casualidad.

Atrás Mahu, comentaba :

- Umí carpinshero, ndo kyyjei voi ama vaí ni ñandejara gui.

Recordaba que tras decidir casarse con la inmigrante alemana Ingrit Trell para vivir en San Bernardino, allá por 1902, y dedicarse a su viejo oficio de emprender un servicio de transporte por agua que uniera la villa veraniega con la otra orilla del puerto Kendall; para ello había traído trabajosamente remontando el río Salado hasta llegar al lago la lancha a vapor “La VICTORIA”. Desde aquel tiempo, comenzó a tener sueños perturbadores, con visiones de calaveras y siniestros chamanes emergiendo de las profundidades del Lago Ypacarai.

Ernest es consciente que aquellas pesadillas se volvieron cada vez más insistentes, desde que un poderoso comerciante portugués, don Viriato de Medici, dueño de una flota de barcos en Venecia, le propusiera migrar su negocio a otras latitudes ante la inminente 1era Guerra Mundial y San Bernardino le parecía ideal; estaba dispuesto a hacer esa millonaria inversión para atraer a la burguesía internacional que así como él, huiría del horror de la inevitable confrontación bélica, que afectaría a toda Europa; Stanley lo había conocido de joven, allá por los años 1860, cruzando el canal de la Mancha entre Inglaterra y Francia. Viriato, por entonces a pesar de fungir ser un respetable empresario no dejaba de hacer honor a su fama de lusitano tránsfuga, que en contubernio con corsarios, ejercía el contrabando para negociar en Francia y la península itálica, objetos robados por piratas en ultramar.

Para que se cristalizara el ambicioso proyecto, se requería aumentar el caudal del pequeño río; pero, a pesar de verlo un tanto complicado, la fabulosa oferta de negocio valía el esfuerzo de transformar una parte de los inmensos humedales y ofrecer cruceros turísticos de aventuras con jornadas tentadoras de pescas y safaris para la caza de ciervos, carpinchos, yacarés y hasta mborevís.

Aquella mañana lluviosa, montado en su embarcación donde sus recuerdos hacían que se contemple a sí mismo como a través de un espejo, reconocía apesadumbrado, que siempre persiguió obsesivamente ganar mucho dinero y prosperidad, pero nunca lo había logrado y pensó que con esa propuesta por fin cumpliría ese anhelo largamente acariciado. Había venido al Paraguay, de joven, al llamado de su paisana madame Linch, a la que había conocido allá por el ’48, cuando era cortesana en Paris, y él oficiaba de baqueano a los lugares de diversión para hombres de poso, como su amigo en aquel momento, el médico inglés al servicio del ejército en guerras por el África, Xavier Catrefages, que luego la rescataría de la vida social parisina para llevarla a vivir al África y casarse con ella. En 1854, la ya primera dama del Paraguay en sus segundas nupcias, le hace llamar para que traiga al país, lotes grandes de mercaderías suntuosas: ropas, vestidos, joyas y máscaras de la última moda parisina; para por intermedio de un testaferro, un tal Dr. Stinwer, ser vendidas en Asunción, a los aspirantes a la élite capitalina, y así poder codearse en las fiestas versallescas que organizaba en el exclusivo club Nacional.

Desatada la guerra de la Triple Alianza, Stanley queda atrapado en Asunción y sobrevive bajo la bandera del imperio británico, hasta el fin de la guerra con la muerte del Mcal. López en Cerro Cora.

Poco tiempo después de terminar la guerra grande, vuelve a Europa, esta vez, dada su experiencia y conocimiento de viejo continente, el gobierno de turno, lo contrata para viajar de baqueano con el objeto de conseguir un millonario préstamo, para la patriótica tarea de reconstruir el país devastado de la pos guerra. Su viaje con aquel grupo de políticos paraguayos tuvo un rotundo éxito, dado que los bancos ingleses otorgaron préstamos al país por millones de libras; que durante el traslado al Paraguay, ni bien llegado a Buenos Aires, fue rapiñado por los mismos legionarios, dándole finalmente la misión a Stanley, de entregar al gobierno paraguayo, lo que sobraba, la cantidad de 200 mil libras, bajo amenaza de que si revelaba aquel latrocinio, sería asesinado.

Finalmente, tras el periplo por Europa y sin recibir la suma prometida y pactada, ya resignado queda a vivir en el Paraguay, con su población esquilmada, pero subyugado por los concubinatos múltiples y la poligamia de facto decretada por las propias mujeres paraguayas para re fundar la patria.

Entre truenos y relámpagos, el vapor “Victoria” bamboléase vertiginosamente por los ventarrones impulsivos y la copiosa lluvia que no paraba, un estallido de un rayo le vuelve en sí al Míster de su ensimismamiento y catarata de recuerdos. Hacían apenas días que había contratado a don Patrocinio Ñamandú, que al mando de unos carpincheros de Ciervo Kua, con palas y arpones de madera procedieron a desmalezar y limpiar de raigones, guaigí-revi, embalsados y camalotales que colmataban la desembocadura del Rio Salado.

Desde que comenzaron aquellos trabajos, las pesadillas volvieron a importunar su descanso; soñaba que en plena travesía timoneando su embarcación, era rodeado por unos indígenas montados en cachivéos, que por asalto, con arcos y flechas tomaban la lancha; estos guerreros, eran todos de ojos azules, desnudos de cuerpos y cuyos sexos eran notorios por ser extremadamente bien dotados, la belleza de los mismos era lo que se dice apolínea; un viejo chaman con una serpiente venenosa en mano, encaraba amenazante y sádicamente, que si él quebrantaba la paz y el descanso de los Karios, mal le iba a pesar y le esperaba una venganza inimaginable. Eran los momentos en que alarmada por los gritos que el Mister propinaba en sueños, su mujer lo despertaba sudoroso y semi ahogado en el espanto.

Aquella empresa de abrir el Salado, había decidido iniciar de motus propio, y sin consultar ni informar siquiera a las autoridades del pueblo, para evitar la tradicional coima. Así en cuestión de días la bajante del lago fue acelerada y notoria, quedando reducido a un pequeño espejo de laguna de pocos quilómetros de diámetro. No antes que los obreros abandonaran el trabajo huyendo despavoridos del lugar, por ser atacados, picados y muertos unos cuantos, por cientos de kuriyúes, ñacaninás y demás serpientes venenosas como kyryryos, jararas y ñanduvire’i. Para sorpresa de muchos a poca distancia de la desembocadura del Salado, también había aparecido una obra desconocida; había emergido una monumental estructura de piedra que cruzaba de una costa a la otra y servía de aparente dique de represa de las aguas del lago.

La alarma de los lugareños cundió el pánico, cuando esa misma mañana los pobladores Teodoro Rojas y Juan Herken, anunciaron un escalofriante descubrimiento en una de las playas de San Bernardino, donde encontraron entre el lodo y el barro, un cementerio que dejaba a la vista cientos de esqueletos humanos enteros de tamaño mayor a lo normal con los cráneos destrozados, rodeando las ruinas de un templo antiguo que estaba sumergido debajo de las aguas. Todos aquellos hechos inesperados y misteriosos despertaron una inquietud y miedo generalizados entre los nativos e inmigrantes del pueblo.

Dado que no era época de sequía; alarmados, los pobladores de ambas costas del lago comenzaron a hacer cadenas de rezos y rogativas.

Así, ante aquel escándalo generalizado de la población, incluso en la capital le dedico una crónica del hecho, el periódico “La regeneración”.

Fue en ese clima de temor y sobresalto general, los llamativos hechos y el cuerpo de agua convertido en una laguna con fuerte turbulencia, producidas por repentinos remolinos que de súbito adquirían la fuerza de un verdadero tornado en cada cruce diario y ponía en riesgo no solo a la embarcación sino a todo el pasaje.

Stanley decidió confesarle a su fiel asistente, todo lo que le estaba pasando: Mahu, sin dudar le recomendó una sanación de “Spíritu”, porque todo eso era obra de conjuros malignos y las únicas que podían ayudarlo eran las hermanas Sosa:

- Umi kuña karai peg̃uara ko’ã mba’e nda ha’ei mba’eve… Mba’e vai, ha aña mbaraká rembiapo ombo ñepysanga ha oityvyró yvyre; nda ipua’akáimo’ai hese kuera.

Después de un cruce hacia el Kendall, el míster se dejó conducir por Mahú, hasta una apartada compañía al pie del cerro Patiño; en un villorrio, bajo un techo kapi’i, donde un famélico perro en la puerta, oficiaba de aviso, para todo quien llegaba para ser atendido por las milagrosas hermanas.

Pensando que eran monjas, Stanley se sorprende con lo que vé; parecían iluminadas, rodeadas de cierta aura magnética; las ancianas de más de cien años, con el pelo blanco y el rostro curtido de arrugas, eran como diminutas momias. Una de ellas, tras anotar su nombre y prender encima del papel con el nombre de Stanley, una vela de grasa de vaca, con su olor característico a fritura, sin preguntarle nada comenzó a escrutarle el rostro y mirarle fijamente a los ojos. Ña Chive que era guaraní parlante, pero se defendía con el español, comenzó a inquirirle:

- Nde nda ha’ei ko’aripi gua …

Me llamo Stanley…

- Heee…Tu nombre poco importa; pe nde ryepýpe o je hecháva la ovaléva.

Debo contarle a lo que he venido…

- Nde re pensa ro guara, che ja aikua páma…Te conozco…

¿En alguna parte me vió…?

- Roikuá’a, como si te hubiera parido… Ahecha ,paite nde ryepýpe oíva…

Tengo pesadillas que me atormentan…

- Plata ha kuarahy re ndereikatúi re maña… Masiado glotón y todo lo quiere…

Stanley le mira con esceptisismo.

Luego la otra hermana, Ña Kilí, se le acerca y saca del cajón para poner sobre la mesa llena de viejos libros de esoterismo, alquimia, ocultismo, quiromancia y astrología entre otros, sus naipes españoles gastados y sucios:

- Nde nda che gueroviai hína… No me cree nada… de mitakuña’i en su quinta de Yvyra’i, el Karai guazu, nos enseñó a leer y más tarde nos regaló esos libros; yo le lavaba la ropa, le arreglaba la cama y Chivé servía la comida, y una vez a la semana nos encerraba con él en su biblioteca, para echarle las cartas, por los eternos conspiradores contra la patria.

Luego de hacerle cortar en tres a Stanley el mazo de naipes, comienza a desplegar sobre la mesa, para cantar su interpretación de las barajas:

- Mba’e vai ko rejapóva hina… Quebrantaste la paz de los muertos.

¿El cementerio sumergido?

- Ese ko era allá por 1830, teníamos 15 y 14 años, cuando una aldea de unos indígenas Karios del kachike Ypakaraivé, se negaron a muerte a salir de allí. El Karai Guazu, ordenó a un pelotón de zapadores acompañado de todos los presos, para hacer una gran muralla y convertir la pequeña laguna Tapaikua en un gran lago; y así ser navegable en todo tiempo para las cosechas de tabaco, algodón, yerba mate ha ere-erea.

¿Obra del Dr. Gaspar Rodriguez de Francia…? No entiendo que tiene que ver el dique de piedra con el pueblo sumergido.

- Los Karios, se negaron a abandonar el lugar, y le hicieron renegar al Karai Guazú; entonces envió para desalojarlos una tropa de su equipo de fusilamiento del naranjito guy; los indígenas, decidieron morir en el lugar, no sin antes el kachike Ypakaraivé, maldecir al Supremo, deseándole una muerte dolorosa y cruel. Todo aquel pueblito fue exterminado y desapareció bajo las aguas. El Karai guazu murió más tarde de un largo y molestoso padecimiento de estreñimiento, aventada crónica y dolor urinario con sangre, que de a poco lo llevaron a una angustiosa muerte: “Todo ko se paga en vida nde karai.

El mal que hacé ahora, en vida, se te cae encima de tu cabeza nomá otra ve, rájoicha o tiri ne akã ári.

Ernest, las miraba intrigado… Ña Kilí continua leyendo las cartas:

- Ndeiko la re mongorre vai pa vaekue pe lago ra’e… vo juite!… Vo juite!!… Por tu culpa el lago se está secando hína.

Stanley seguía sin entender bien lo que le estaban revelando. Entonces fue que Ña Chive le encaró en una mirada fija cara a cara.

- Nde karaí!!… Ese pueblo del Kachike Ypakaraive, prefirió morir y desaparecer por decisión y dignidad propia, y vos por plata pota y todo lo quiere, estas secando el lago y profanando el descanso eterno de los Karios…

¿Ellos son los de mis pesadillas…?

- Tenes que devolver mante agua al lago, e inundar de nuevo ese cementerio indígena, si queré descansar de las pesadillas y de la maldición que te espera por eso.

¿Como…?

Una de las ancianas saca del cuello un crucifijo y la otra un tallado blanco de san la Muerte y se los pasan a Ernest que a esa altura se sentía dentro de un cuento de terror …Y cerrando los ojos sentencian al unísono:

- A tu vuelta, en el medio del lago, ata en una cuerda el crucifijo y san la Muerte, bañalos en las aguas de la laguna Tapaikua, rogándole su poder para que vuelva a ser lago con lluvias de siete días con su noche. Amen.

Las ancianas parecían poseídas por el espíritu de aquel chamán y le aseguraron que, para probar la fuerza de aquel conjuro, si él decidiese suspender la obra de los canales, dejaría de soñar aquellas pesadillas que lo atormentaban. Ahora ña Chivé lo vuelve a mirar fijamente para ordenarle:

- La fe es dar por cierto, lo que no es cierto y volver posible lo imposible.

En su lancha “La Victoria” ahora, por el grito de su ayudante Mahú, Stanley, es sobresaltado de su largo ensimismamiento en sus pensamientos y recuerdos:

- Che atrón.. Opi… ndo ky véima, depué de siete día con su noche…

Ma’e mi!!… Osẽ kuarahy.. sale el sol y ya no llueve…!!!

Aquella experiencia de vida, causó tanta impresión al incrédulo Ingeniero británico, que con una carta decidió suspender el proyecto de su amigo y socio Viriato de Médici. Luego de tanta lluvia, el río Salado volvió a ser taponado por los camalotes, pirizales y sedimentos; las aguas volvieron a inundar el cementerio de los Karios, y las molestosas pesadillas desaparecieron.

Entonces esa mañana, tras ordenar la travesía de pasajeros hacia el puerto de Kendall al mando de su timonel, Ernest Stanley pensaba y tuvo la certeza de que, nada es producto de la mera casualidad, sino que eran causalidades consecuentes, muchas de ellas, no demostrables por el conocimiento y la lógica del pensamiento; pero, admisible, irrefutable e irrebatible; por ser, suceder y convivir con la realidad, de forma inexplicable.

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