La Ruta de la Muerte
Desde el Curuzú Peregrino enclavado en lo alto del Cerro Caacupé Km 48, hasta el Km 42 de la ruta número 2 que separa las compañías de Huguá Hú y Pedrozo, la muerte se desliza en la peligrosa pendiente cobrándose la vida de cientos de compatriotas entre automovilistas, transportistas, pasajeros y transeúntes.
A partir de la década del ‘30 del siglo pasado hasta nuestros recientes días, la desgracia, el luto y el dolor secuestraron el sentimiento de numerosas madres para mantenerlas prisioneras de la más lastimera de todas las tristezas.
Las cruces al costado del camino señalan el escenario de los fatales desenlaces, existen lugares en donde pocos metros de suelo alberga 11 o 15 cruces casi plantados uno sobre otro como recordando que los accidentes se cobraron tal cantidad de víctimas fatales en un solo día, y así sucesivamente a lo largo de la bajada del cerro, más de 200 curuzú paño revolotean al viento reclamando poseer el macabro récord de constituir el lugar más peligroso del país convirtiéndose en LA RUTA DE LA MUERTE.
Charcos de sangre, cuerpos descuartizados, calcinados, decapitados o aplastados constituyen el dantesco escenario que los lugareños contemplan en cada colisión, mientras una tormentosa sinfonía de desgarradores llantos y lamentaciones ensordecen a quienes son testigos del siniestro espectáculo, que como telón de fondo tiene ómnibus despedazados, hierros retorcidos, vehículos ardiendo en llamas y el angustioso ulular de las sirenas de ambulancias y bomberos.
Es como si la mismísima Muerte tuviera su despacho en ese lugar y cobrara un selectivo y criminal peaje a quienes transitan por esa zona del País.
Y así sucesivamente, matando de a uno, de a dos, tres o cuatro, el apocalíptico quinto jinete fue alzándose con trofeos simbolizados por la vida truncada violentamente en los percances ruteros.
La desgracia en persona parapetada en la zona echa guante a todo lo necesario para cumplir su cometido, no importa cómo, siempre está acechante en busca de víctimas, el 19 de abril de 2017 desmoronó la pared del cerro intentando asesinar a cualquiera al azar, otras veces se divierte arrancando de raíz colosales Eucaliptus para que aplasten en la madrugada a automovilistas, como el caso del malogrado Gabriel Gabo y compañía, quienes en vísperas de la navidad del año 2015 fueron blancos de aquel acontecimiento en donde incluso se puede culpar a la mala suerte, pues para que suceda lo que pasó, las probabilidades son de una en mil.
La ruta de la muerte situada en Ypacaraì y más específicamente en las compañías Pedrozo y Huguá Hú es un cementerio a la vera del camino, el tramo más peligroso se encuentra entre los kilómetros 42 al 45, 3 mil metros de asfalto que son testigos de más de 200 tragedias, eso equivale a una cruz cada 15 pasos y para colmo de males cada día que pasa la distancia entre los nichos dramáticamente tiende a acortarse.
Descender entre las paredes del cerro luego de probar frenos y tomar todos los recaudos de prevención conlleva la liberación de adrenalina que acelera el ritmo cardiaco, además de la consabida e inevitable sordera producida por la diferencia de la presión atmosférica del sistema auditivo interno con el exterior, del que nos reponemos tragando saliva durante la vertiginosa bajada en aquel tobogán del infierno que desemboca en la Antigua Tacuaral.
Hace varios años unos amigos míos, el Médico Eladio Pérez y el Médico Kirí me habían hablado de una antigua maldición que merodea la zona y que atraído por aquello, el mismísimo Diablo se apersono al lugar en donde degolló un Macho Cabrío y mientras veía como el hilo de sangre del carnero iba cuesta abajo sentenció maldiciendo: habrá tantas muertes como cantidad de gotas de sangre de este sacrificio, desde entonces el luto y el dolor se enseñorean al pie del cerro que paradójicamente representa el sacrificio de la religiosidad y cristiandad Paraguaya.
Aquel relato me erizo la piel, de inmediato me transporto a un lejano tiempo y trajo a mi memoria lo que Adolfo Atencio Manchíni, el popular Pacho Moyano afirmaba frecuentemente diciendo: “Ypacaraípe naiporimo’ai añuá,mboraihú ni tekoporá araca’evé porque cérrope o je degollá akue petei carnero macho há huguý ojé hýkuaó tapé tava Tacuaralpe”.
Lo afirmado por Pacho Moyano es conocido por varias personas en Ypacaraì, pero todos pensábamos que aquello no era más que una fantasía y que supuestamente fue realizada en la cumbre del km 35, jamás imaginamos que en realidad aquel sacrificio aparte de ser verídico, fue en el extremo opuesto de la ciudad, el km 45 en las faldas del cerro Caacupé.
Los Médicos no aportaron mayores datos sobre la génesis de la maldición, solo atinaron a decir que para desvelar el misterio debía hablar con un poblador de la compañía Huguá Hú de nombre Belarmino Pereira, un moreno descendiente Afro – Boliviano quien sería el único eslabón con el cual se puede unir todos los acontecimientos y formar la cadena de esta historia.
Belarmino Pereira es Ypacaraiense mitad Paraguayo y mitad Boliviano, hijo de un Pardo mitad Negro y mitad Aimara que trabajaba bajo los rigores del Pongueaje en su pueblo natal llamado Copirata - Provincia Nor Yungas – La Paz - Bolivia, desde donde fue secuestrado en el año 1932 y junto a miles de indígenas traído a nuestra región oriental para morir por la patria en la guerra del Chaco. (Obs. Pardo era un denominativo para quienes no eran ni mestizos ni mulatos, en Bolivia a los Pardos hijos de negros y Aimaras y/o Quechuas se los denominaba despectivamente CH'OQUERATA, que significa "a medio coser".
Ya convertido en soldado Boliviano, el padre de Belarmino fue tomado prisionero en Campo Vía en el año 1932, estuvo cautivo en Isatí, Tacumbú, en el Leprosorio de Sapucái y luego en la Cantera de Ypacaraí.
Un Boliviano Negro - Afrodescendiente que peleo en la guerra del Chaco y fue a parar a Ypacaraì?.
En efecto, además de los Afro bolivianos, 20 mil indígenas participaron de aquella confrontación bélica, en tres años de combate 32 mil bolivianos murieron, 2 mil desaparecieron y 20 mil fueron hechos prisioneros, entre ellos el padre de nuestro compueblano Belarmino, este último actualmente residió hasta su fallecimiento en la compañía Huguá Hú – Ypacaraì.
Bolivia cuenta con 32 pueblos originarios además de los Afro-bolivianos.
En el año 1544 los Españoles descubrieron Plata en el Cerro Rico de la ciudad de Potosí. Los Conquistadores comenzaron obligando a los Aymaras y Quechuas a trabajar en las minas, pero la salud de los nativos se debilitaban y morían rápidamente.
Entonces, para solucionar el “pequeño inconveniente de la muerte masiva de los originarios de la tierra”, a mediados del año 1600 los adueñados de las minas comenzaron a importar Negros desde las Antillas o directamente desde El Congo y Angola – África, utilizándolos como esclavos en las minas de plata.
Se calcula que 8 millones de indígenas y negros murieron como producto de la codicia Española en las mimas de Bolivia durante 300 años. Solo cuando los yacimientos fueron agotados los descendientes Africanos fueron llevados a zonas más cálidas y siguiendo los antiguos caminos Incas llegaron a los Yungas – La Paz, en donde continuaron trabajando en los campos de cultivo de coca en régimen cuasi - similar a la esclavitud denominado Pongueaje y Mitanaje.
El padre de Belarmino Pereira fue secuestrado por los militares del Gobierno Boliviano, lo vistieron con un uniforme, le dieron un fusil y lo mandaron a pelear por una Patria que no era la suya y que siempre lo exploto a él y sus antepasados.
En la batalla de Campo Vía aquel Afro boliviano fue hecho prisionero y luego de un angustioso peregrinar por centros de detención fue a parar a la cantera de Ypacarai, donde como “el negro que era” fue el despreciado sub-cautivo sirviente de otros prisioneros blancos, integrantes del Regimiento de Zapadores Bolivianos quienes cavaron la fosa de lo que hoy es el Centro Social de Ypacarai, construyeron la primera calle empedrada que se llamaba “Avenida Ypacarai” – actual Carlos A. López y luego fueron llevados al Cerro Caacupé en donde partieron la dura piedra abriéndose paso a fuerza de mazos construyendo el Tapé Tuja, que hoy por hoy es un sendero casi perdido al costado del actual carril de descenso por el cual se ingresa a Ypacaraì desde el km 48.
El miserable linaje de Belarmino Pereira constituye el relato de la desgraciada historia escrita durante más de 350 años como víctimas de la barbarie y el brutal sufrimiento.
El padre de Belarmino fue hijo de esclavos, nieto de esclavos, bisnieto de esclavos, tátara - nieto de esclavos, y así sucesivamente retrocediendo en el tiempo todo su tronco genealógico fue ultrajado y obligado al martirio desde el año 1600, cuando traficantes de esclavos fueron a la lejana madre África a comprarlos a precio de banana y traerlos a trabajar hasta morir en la "colonizada y evangelizada América" .(sic)
Fue Belarmino quien me relató los duros rigores que lo toco vivir a su padre durante su cautiverio, los desafortunados soldados del ejército Boliviano vivían en la cantera de Ypacaraì, cada día iban y venían a pie para cumplir con sus obligadas labores en el cerro, mientras caminaban en fila india encadenados unos a otros la gente los vilipendiaban públicamente gritandoles improperios, y con escupitajos los maldecían en nombre de sus hijos muertos en los cañadones; estaban mal alimentados, harapientos y semidesnudos, enfermos, despreciados por la sociedad y olvidados por Dios a cientos de kilómetros de una patria que los envió a pelear, matar o morir por ajenos intereses.
En esas condiciones realizaban los trabajos forzados que consistían en romper piedra por piedra el cerro de Caacupé y construir el Tapé Tuja, para que los peregrinos utilicen la cuesta arriba del cerro como sacrificio ofrecido a la Virgen de los milagros de la Villa Serrana.
El cerro de Caacupé, dijo Belarmino, es un colosal monumento al martirio de seres humanos, cada vez que el pico o el mazo golpeaban la dura roca, el atroz sufrimiento de los soldados era descargado como un rayo, en toda su extensión el Tape Tuja está cargado con la negativa energía de los ahí cautivos.
Ya en Ypacaraì – Km 46 – Cerro Caacupé, aquel soldado prisionero despreciado en el hostil territorio del enemigo, se desvaneció rompiendo la dura piedra mientras el sol le producía insolación, cayó al suelo golpeando su rostro contra el mazo y antes de siquiera poder gemir de dolor, el violento culatazo de fusil del guardia que lo vigilaba le obligó a seguir trabajando de rodillas pues no tenía fuerzas para mantenerse en pie.
En ese preciso instante el Pongo – Soldado – Prisionero renegó de su suerte, invoco la memoria de todos sus antepasados, como devoto del sincretismo de la Santería Yurubà que sus antecesores habían traído del África, conjuró a las entidades de su creencia, maldijo el cerro en el que era obligado a trabajar y mientras se desgarraba los harapos que le servían de ropa gritó:
“…Dónde está la piedad del DIOS que creó al hombre a su imagen y semejanza!, donde está la promesa de que todos somos iguales a sus ojos!, porque yo soy un prisionero esclavo obligado a trabajar hasta el fin de mis fuerzas para construir la ruta en donde los devotos han de peregrinar junto a la madre de Dios para pagar sus promesas!, y mis plegarias?, y mis sueños?, y mi clamor?, y mis ansias de libertad!... en nombre de mi ancestral dolor condenó esta tierraaaa!!!” .
Cuando apenas el prisionero terminó de hablar, una negra nube de tormenta se abalanzó sobre la cumbre del lugar y el agua de lluvia hizo que se desmorone las rocas que cayeron al suelo cobrándose su primera víctima: El soldado que hacía de guardia y culateó al padre de Belarmino.
“Invoca al Diablo y aparecerá” dice un dicho, cuando el Tapé Tuja fue construido el Maligno observaba segundo a segundo las labores encaradas, estaba enfurecido por lo que aquel sendero iba a constituir: La ruta del sacrificio, la devoción y la muestra de fe de cientos de miles de Paraguayos a la Virgen María, la humana de carne y hueso madre del hijo de DIOS, la humana que sin pasar por el purgatorio fue ascendida para convertirse en LA REINA DEL CIELO, el mismo cielo desde donde ÈL, LUCIFER, quien es su génesis fue un angelical ser de luz fue expulsado y arrojado al abismo.
Por eso cuando el padre de Belarmino maldijo su desgraciada situación, abrió una brecha en el portal de las dimensiones y La Antigua Serpiente acudió de inmediato, “se solidarizó” con él y aprovechando la descomunal usina generando energía negativa, desde entonces se parapetó en el lugar persiguiendo a los que transitan por el sendero de la devoción cristiana a la Virgencita Azul de Caacupé.
Lo que motiva tantos accidentes en esta parte del país se denomina “La venganza Boliviana” dijo Belarmino, es el Karma de los prisioneros, una negra energía que aún continúa prisionera no solo en el Cerro Caacupé. La maldición hizo metástasis y afecta a todo lo que en ese tiempo involucró a los Bolivianos: La Cantera de Ypacaraì era la prisión de estos desgraciados, ahí el agua contenida en la laguna cada año se cobra vidas y da la casualidad de que todos los ahogados tienen la misma edad de los soldados alguna vez cautivos; también el Centro Social, cuya fosa fue cavada por ellos sufre los rigores de la maldición y a pesar de estar en el corazón de la ciudad sus instalaciones parecen ruinas en donde toda actividad está destinada al rotundo fracaso.
La venganza Boliviana?, es posible que el sufrimiento humano desencadene ese tipo de acontecimientos?, pregunte.
Claro que sí!, dijo Belarmino, el caso nuestro no es el único, de hecho existe uno similar en Bolivia pero aún más devastadora!, si le interesa le voy a relatar brevemente la historia:
“…Al igual que el ejército Boliviano en campaña durante la guerra del Chaco, el ejército Paraguayo también tuvo sus bajas, heridos, desaparecidos y prisioneros.
Los prisioneros de guerra Paraguayos no tuvieron mejor suerte que los cautivos en Ypacaraí, fueron llevados a la región de Los Yungas – la Paz – Bolivia, en donde también trabajaron obligados construyendo una carretera de 80 km en el antiguo camino Inca en medio de la selva, la tristemente célebre “Carretera de la Muerte”, por mucho tiempo único camino de acceso desde la Paz hasta la Amazonia.
La carretera de Los Yungas fue considerada por el Banco Interamericano de Desarrollo como la más peligrosa del mundo, con un carril de apenas 3 metros serpenteando al costado de la serranía en donde los abismos tienen hasta 800 metros de profundidad; al fondo de todo el caudaloso Río Unduavi bordea la cordillera rematando y arrastrando hacia sus profundidades a los que por milagro lograran sobrevivir a la caída.
Caer al abismo inexorablemente representa morir debido a lo pronunciado de las pendientes que hacen dificultosamente penetrable el sector, los vehículos que caen al vacío tardan mucho tiempo en ser rescatados, y cuando eso sucede, los cuerpos ya están reducidos a esqueletos.
La carretera de la muerte de Los Yungas, antes de ser clausurada se cobraba la vida de 100 personas al año, pero en una ocasión, el 24 de junio de 1983 la cifra de muerte anual se produjo en un solo día, cuando un ómnibus se desbarrancó cayendo al cañón en donde murieron 100 personas en lo que fue el peor accidente automovilístico de Bolivia.
Como aquella carretera fue construida por prisioneros de guerra Paraguayos, los lugareños atribuyen las muertes a una maldición y lo llaman: LA VENGANZA PARAGUAYA.
100 muertes por año equivalen a más de 9000 víctimas desde que se construyó la carretera en la década del ’30.
80 años de terror en los precipicios de Los Yungas han dado origen a numerosas leyendas de fantasmas, las cruces abundan en el camino contribuyendo lúgubremente a la temible fama del trayecto.
“La Carretera de los Yungas en Bolivia, el Tape Tuyá junto al tramo desde el km 48 hasta el km 42 en Ypacaraí son hermanas gemelas”, dijo Belarmino, “fueron engendradas y amamantadas por la misma madre: La Guerra, ambas son llamadas La ruta de la muerte, ambas fueron construidas por prisioneros de guerra, ambas están maldecidos, ambas se cobran vidas humanas, y ambas tienen la misma peculiaridad: Las apariciones y extraños fenómenos paranormales”.
Pero el caso Paraguayo e Ypacaraiense tiene una macabra singularidad: El mismo Diablo frecuenta la zona. Nunca se debe olvidar que al llamar la atención de DIOS también se llama la atención de Satanás, quien segundo a segundo Per Secula Seculorum está acechante como enemigo del género humano.
Cada año cientos de miles de Paraguayos recorren este trayecto para venerar a la imagen que tiene su altar en la Basílica de Caacupé, por supuesto que la multitudinaria procesión de fieles también llama la atención del Maligno quien no se quedará de brazos cruzados mientras todo eso ocurre.
El Diablo quiere desalentar la devoción de la Cristiandad Paraguaya, aborrece el sacrificio de la peregrinación, por ello cada vez que puede, mete la cola profanando la sagrada ruta de los promeseros.
Contemplar a los promeseros subir el cerro Caacupé a pagar una promesa representa un gran sufrimiento para las fuerzas del infierno, por eso están aquí para intentar vengarse.
Por otro lado, tantas muertes violentas, tantos accidentes, tantas vidas truncadas como quien dice “antes de tiempo” crearon un efecto colateral y fantasmagórico al que los lugareños le otorgan cierta credibilidad.
En realidad no se trata de fantasmas, pues los mismos son figuras por lo general incorpóreas, irreales y hasta si se quiere fantásticas que aparecen para infundir terror. Se trata de otro tipo de manifestaciones.
Basta con hablar con los vecinos de Pedrozo y Hugua Hú para confirmar lo que digo, aquí aparte de los graves accidentes, estamos acostumbrados a las apariciones de entidades sobrenaturales, cuando hay amenaza de tormentas es común escuchar llantos, gritos de dolor, ruidos de colisión e incluso ver llamas que se encienden y apagan en la nada, constituyen el eco de los espectros, del sufrimiento que les tocó vivir a las víctimas.
Según Belarmino Pereira, quien es un Santero seguidor de las creencias que su padre heredó de sus antepasados Yoruba - Afro-Bolivianos, las almas de las inocentes víctimas de la muerte fueron ascendidas y hoy son SERES DE LUZ que guiados por Ángeles custodian el lugar brindando auxilio a los transeúntes de manera a disminuir el número de potenciales víctimas.
Para suerte nuestra, continuó diciendo, esto ya no es solo un territorio en donde el mal hace lo que quiere, desde el cielo han bajado ángeles que ayudados por las almas de los que aquí murieron resisten en este campo de batalla, se está librando la eterna lucha entre el bien y el mal, de no ser por la intersección de fuerzas celestiales las víctimas de la carretera de la muerte serían mucho más.
Las personas que murieron víctimas de la emboscada que la maldición les tendió sucumbieron a destiempo, en el libro del cielo aun no les había llegado la hora, desde luego eso constituye, espiritualmente hablando, una gran injusticia porque solo el creador debería decir basta, el Reino Celestial está en deuda con algunos de los aquí caídos, pero por supuesto no se los puede resucitar pues eso crearía un revuelo mundial.
Por esa razón algunos fallecidos integran una fuerza celestial al pie del cerro, no son ángeles pues la orden angelical fue creada por DIOS en el origen de todo, pero si son algo más que santos, son Exùs, Pombas Giras, Herès y/o seres de luz que guían y protegen a los hombres pudiendo incluso tomar contacto en este plano, eso no significa que intervengan en el libre albedrío, al contrario, lo garantizan salvando de las garras de la muerte a quienes no deben morir aun.
El caso más emblemático lo constituye el alma de Pablo Gatti, quien en el año 1945 y con tan solo 9 meses murió de sed en el km 42 mientras acompañaba a su madre camino a Caacupé a pagar una promesa.
Para acabar con su vida la maldición del cerro se introdujo directamente en el plano mundano incidiendo en el Libre Albedrío, algo no permitido a los seres espirituales.
Pablo Gatti, quien debido a su corto tiempo de vida era inocente, aún tenían mucho por delante por eso el cielo les dio otra oportunidad.
Pablito, como lo llaman los devotos es un Herè, tiene su propio altar camino al cerro, se lo considera milagroso, el protege especialmente a los niños que acompañan a sus padres en el sacrificio de pagar una promesa a la virgen.
Relatos de esta naturaleza generan todo tipo de reacciones dijo Belarmino, algunos son completamente escépticos a estas creencias, otros lo malinterpretan y creen que se tratan de fantasmas, son muy pocos los que comprenden cabalmente la situación generada y vivida al pie del cerro; lo que aquí sucede no constituye un hecho aislado, nada en el mundo sucede al azar, la maldición de la carretera de la muerte lleva 80 años, es la suma de varias situaciones, como un Nudo Gordiano que se fue enredando más y más y que hasta ahora nadie puede desatar.
La única forma de revertir la maldición es que, primero y antes que nada "que algunos pillos no continúen rapiñando los despojos de los caídos en desgracia en los accidentes, porque esto envilece al género humano", segundo y primordial: que la misma cantidad de peregrinantes que cada año van a Caacupé inviertan su recorrido llevando a la Tupasý en andas, que partan desde la Basílica y desciendan el cerro pidiendo perdón a las almas de los ahí alguna vez cautivos, así la negra energía será desprendida de las paredes del cerro y desintegradas bajo los pies de los devotos de la Virgen.
Los médicos Eladio Pérez también apodado Ñoño, Kirí y el Santero Belarmino eran los únicos que guardaban el secreto de la ruta de la muerte, en la actualidad los nietos de aquel afro boliviano y los descendientes de otros prisioneros conviven en Ypacaraì.
A casi 90 años del inicio de la guerra las consecuencias siguen latentes, ayudados por ángeles día y noche, los seres de luz vigilan desde el desvío San Bernardino hasta el Curuzú Peregrino, pero el taimado Diablo tampoco descansa, por eso a menudo da su zarpazo y los medios periodísticos reportan los hechos como si se tratara de lamentables accidentes, son pocos quienes saben la verdad, de que en realidad constituyen las bajas de la milenaria guerra entre el bien y el mal, cuyo campo de batalla se sitúa a lo largo de La Ruta de la Muerte en Ypacaraí.
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