Un Viaje en la Noche.
Ahora cuando recuerdo aquel episodio se me eriza la piel y me vuelve el terror. En realidad, si me pongo a pensar lo que sucedió, aparte del susto, algunos detalles de la historia no encajan dentro de la lógica.
La primera sorpresa grande fue cuando a esa alta hora, ya pasada la madrugada, me encontraba esperando algún colectivo en la llamada Curva Meyer de San Lorenzo.
Increíble, pero justo acertó pasar el entonces único micro que teníamos en Tacuaral, manejado por el famoso chofer José Pelí. ¿Qué estaba yo haciendo ahí? No recuerdo. Solo que no pude dominar el gozo que saltó de mi corazón cuando lo vi apareciendo en medio de la pesada niebla de invierno, apenas traspasadas por las luces de los faros.
En esa época, hace 40 años atrás, aquello podía ser calificado como extraño o milagroso. Me miró el hombre mencionado, dicho sea de paso, vecino del barrio Palmas, y detuvo chirriando el vehículo como a una cuadra más adelante, que me pareció ver chispas en las ruedas.
Corrí desesperado y subí, saludé, pero José Pelí ni me hizo caso, parecía adormilado, me pareció intrigante su actitud, suele ser dicharachero y amiguero.
Pero qué importaba, estaba salvado, dentro de una hora más o menos estaría en Tacuaral, lejos de esas calles donde estaba a merced de lobos y luisones, que no me estaba agradando
Me fijé en que no había casi pasajeros y adentro reinaba una tenebrosa penumbra. Observé y no conocía a nadie, lo que también es poco común, porque como viajaba todos los días a Asunción ubicaba a la gente, hasta dónde solían elegir sus asientos. Deben ser de otros lugares, me tranquilicé. Qué importaba, tenía un medio para volver a casa, y con el único colectivo del valle, cuando por entonces toda la ruta estaba paralizaba después de las 20:00 y se tenía que pedir favores a los de larga distancia.
Miré de pronto a una chica que estaba sentada, acurrucada en el fondo. Tenía uniforme de colegio y el pelo rubio, casi blanco, abundante, que le tapaba casi todo el rostro. Se me ocurrió que podía ser bonita y me senté al lado, sin decir palabras.
Por esa costumbre que tenemos los hombres de Tacuaral de galantear siempre, cuando aquella frase “kuña ha arco reha’ánte arã voi” era permitida, por ahí la pegamos, a lo mejor era de Capiatá, de Itauguá, pensaba, ¿pero qué podía estar haciendo una colegiala, en esas horas de fantasmas y malvivientes?
El micro me pareció que no andaba, sino que volaba, y en la ventanilla todo era borroso, ni luces se veían. El chofer con la mirada puesta en la ruta, mudo, nunca dijo nada, lo que llama la atención en José Pelí, siempre jodón, si conocía todos los marcantes de sus pasajeros.
Un camión rollero casi nos llevó por delante, andábamos en zigzag, pero no importó, porque seguía adelante, hacia Tacuaral, o al menos eso suponía. La bruma era cada vez más fuerte, como si algo estuviera quemándose. Todo borroso e incierto.
Después escuché el alarido desesperado de una ambulancia, llevando los afectados de alguna grave desgracia de tránsito reciente. Me pareció ver pasar un pájaro enorme con alas de murciélago, cruzando afuera. Pensé que el cansancio me estaba haciendo ver visiones.
Me di vuelta para mirar lo demás, y no estaba ninguno, excepto la muchacha de al lado, que nunca dio vuelta para mirarme siquiera, ni se movió en todo este tiempo. Para qué negarlo, estaba asustado.
Estaba a punto de levantarme para decirle algo a José Pelí, pero en eso frenó bruscamente y, levantándose cuan alto era, dijo, “última parada, señores”. Limpié la ventanilla y me pareció reconocer el lugar: era el cementerio de Ypacaraí, donde parecía que había como un comité de recepción de gente, me fijé impactado a alguien con cuernos como de cabra, faroles y capa.
La chica de al lado se dio la vuelta, se cayó en el suelo, pude ver su rostro, era una calavera. No sé qué me pasó, que amanecí en una zanja en el barrio 3 de Mayo.
Lo cierto es que enseguida fui a la parada del micro Ypacaraí y ahí estaba José Pelí, amable como siempre, hablando con sus clientes, y escuché que decía: “ayer no me fui a ninguna parte, hace dos días que tengo el vehículo en el taller.