El Hombre que pintaba el Cielo
Su ingenio era único para hacer que los niños no pierdan la inocencia y ganar a lo alto el juego de las pandorgas. Con su lámpara de lata de sardinas convertida en mechero, la noche con sus madrugadas de cada junio y julio comenzaba la fiesta de los niños.
De todos los barrios llegaban, la casa parecía que era un lugar donde se repartían caramelos, se ganaban entre sí los que querían sus pandorgas, las pandorgas de Don Bernio.
Tacuaras, papeles, engrudos, hilos, que no faltaban, para elaborarse los cientos y cientos de barriletes. Se rodeaban a veces por la mesa alta, él en medio de todos, con su voz ronca, su vicio que no faltaba ¡chocolate! …lo llamaba en forma pícara, cortaba un poco y lo mascaba, su tabaco fuerte, amargo, el famoso naco deleite de los abuelos.
En estos meses mencionados no había para guardarse la siesta, ni había sueños por la noche, todo era trabajo. Llegaban corriendo algunos, a favor de obtener sus pandorgas, sean del club de su preferencia, Cerro Porteño, Olimpia, Guaranì, entre otros. Era un sueño de los mita’i tener un barrilete fabricado por las manos de este señor ypacaraiense, que se daba con todo para con sus nietos de corazón.
Se escuchaba el bullicio y que entre ellos se discutían - Che raê aju nde hegui, cuando debían esperar que se le elabore su pandorga.
El cielo ypacaraiense se confundía con los colores de las pandorgas, sean un lucero, el avión o el de los seis palitos con sus pereretas alrededor, porque no la famosa cometa, Pandorga Estrella o el Kururu.
Cuántos sueños, cuántos colores, cuántas sonrisas de mita’i. Como si fuera un Psicólogo, Don Bernio a veces veía a algunos niños sin sonrisa, no hay para la paga y su py’a porã, hacía que algunos recibieran su regalo, ganando así de nuevo en ellos la alegría.
El buen viento ayudaba a aquel barrilete a tomar altura, el py’a rory del niño que busca competir con sus amigos... -Che amboveveta yvateve nde hegui, che mba’e iporãve, che che hilo hétave, todo un griterío en el Pa’i korapy u otros lugares, canchas abiertas, por mencionarse algunas.
Ya el más terrible de los mita’i gritaba:
-Ja’u chugui hi hilo!! y todos corrían tras aquella pandorga.
Tal vez derribada a propósito.
El mate de la nueva mañana de Don Bernio, indicaba que la trasnochada no era en vano, se colgaban por el ty’ãi docenas del trabajo realizado, culminado, aguardando a sus posibles dueños.
Las pandorgas de Don Bernio tenían un no sé que volaban con perfección, cuantas más madejas de hilos que añadían los niños. Se sentían contentos dentro de los juegos de las pandorgas.
El ñembotytyi del hilo más de uno recordaran al enfocarse en este escrito, generaciones de los años 70 – 80 – 90, estoy más que seguro, tienen grabado en sus mentes aquel juego de niños con los barriletes de Don Bernio Careaga.