El Perro del Ferrocarril

Todos los días a las tres de la tarde, se podía escuchar desde mi casa el silbato del tren. A menudo, un poco antes de la hora de su llegada, Yorky - mi hermoso cocker spaniel negro – y yo salíamos a caminar hacia la estación para curiosear y recibir al antiguo tren a vapor y a sus pasajeros.

A pocos metros de la estación, el tren paraba debajo de un enorme tanque donde Don Victor – el encargado del ferrocarril Carlos Antonio López que vivía al lado del tanque – cargaba agua al viejo tren.

Según me comentó mi vecina Greta, hace cincuenta años, cuando ella y su marido Miguel Stampf llegaron al Paraguay, todos los aregüeños que iban y venían a Asunción viajaban en tren. Era un verdadero encuentro de amigos; cada uno llevaba su comida, su chipa, sus naranjas, sus bebidas y compartían todo a lo largo del pintoresco viaje.

Cuando recién me mudé a Areguá, hace ocho años, los encargados de la estación tenían un hermoso perro. El animal era muy grande, no tanto como un ovejero inglés, pero se le parecía mucho. Su pelaje, de color claro, estaba bastante descuidado.

Cada vez que escuchaba el silbato del tren, el perro salía ladrando y corría a darle la bienvenida. También cuando partía, el perro corría a su lado. Seguía al tren al costado de las vías hasta que pasaba la zona de la estación, cruzando el camino al lago, rumbo a Ypacaraí. Yo lo llamaba “the railway dog” (el perro del ferrocarril).

Una tarde, Yorky y yo fuimos testigos de un hecho singular. Al llegar el tren, como de costumbre, el “perro del ferrocarril” salió para darle la bienvenida. Por lo general, el animal no prestaba demasiada atención a los pasajeros, todo su interés se concentraba en la ruidosa máquina.

Pero aquella vez se encapricho con uno de los viajeros. Muy enojado, el perro le ladraba y gruñía. Los curiosos, que todavía estaban a bordo del tren, y los que se habían bajado en Areguá, se entretuvieron brevemente con el triste espectáculo. “El perro del ferrocarril” ladraba cada vez más.

Un policía, que se encontraba por casualidad en la estación, observaba con atención la escena. El pasajero ya había tomado una piedra para arrojársela al insistente animal, pero pocos segundos antes de que la lanzara, el policía se acercó al hombre y le pidió sus documentos. El hombre no los tenía y armó un verdadero escándalo. Muy molesto por la actitud del sujeto, el policía llamo a la patrulla que no tardó en llegar y lo llevaron a la comisaría.

Días después se supo que el pasajero era ni más ni menos que el ladrón que hacía dos semanas había robado la escuela y la mayoría de las casas ubicadas detrás de la estación. Gracias a la astucia del “perro del ferrocarril” fue atrapado el malviviente.

PD: Este cuento fue publicado originalmente en el libro "Cuentos del Lago Azul" de Ysanne Gayet en el año 2011.

Puede adquirirse en el Centro Cultural del Lago.

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