El día que mataron al muerto.

Les cuento un caso increíble de la vieja Tacuaral.

Fueron dos o tres segundos terribles. Pero bastaron para marcar la historia del pueblo. Ocurrió una noche cualquiera, de un mes de marzo a finales de los año 70, en el bar Totin. La hora en que no había clientes todavía, pues era temprano, fue llegando ampulosamente, Príncipe Chaparro, uno de los más tristemente famosos malevos del cual se tiene memoria en la ciudad de lago. El mundo le parecía chico, cuando ingresó por la puerta del costado del local.

Se le atribuye una sarta de muertes, aquí y allá, que había dejado en los caminos para atar en las crucecitas su montado. En los últimos días, en un baile arpillera yerè de la compañía Paso Malo, había liquidado el “expediente” de dos tahachis, por el pecado de atreverse a pedirle documento de identidad. Para que me conozcan, dicen que dijo, no necesito yo Príncipe Chaparro, ninguna clase de papel firmado por ser humano alguno, ni de Dios ni del diablo siquiera. Sopló el humo que salía del caño de su revólver Smith Hueso, calibre 45, apartando con desprecio los cadáveres de su paso, con la punta del pié.

En una partida de truco le disparó a boca de jarro, a un rapichà, porque no le agradaba su apellido, y falleció en el acto. Le hacía recordar ñande el de un rival que tenía con una antigua novia, mujer a quien le había hecho correr desnuda a punta de balas, porque le guiñó el ojo a un tipo, que se supo era bizco de nacimiento.

También degolló con chaira, a un joven de Tabaì, porque se atrevió a cruzarse con él, en un tape poì de Cerro Però, y no le respondió el saludo. De puro argel.

Cuando entró en el bar Totin en esa oportunidad, la gente comenzó a correr, desbandada, presa de temor. Situación que le gustaba a Principe, por tanto le llamó la atención que dos individuos sentados, con una botella de aguardiente, en una mesa, en el fondo, no se hayan movido como los demás.

Entonces se dirigió hacia ellos, enfurecido, para decirle:"Y porque ustedes no corrieron también como ratas, como los demás. Se puede saber, carajo!!".

Uno de ellos después, de mirar al otro, desafiante le respondió:"Y como pico va a correr el que vino a matarte, nde desgraciado” A Príncipe Chaparro, que hacía temblar la tierra con solo toser, jamás nadie le había alzado la voz, se sintió más que ofendido, rabioso como un tigre, sin mediar palabras, sacó su revólver, encañonó en la frente a uno de ellos, apretó con fuerza el gatillo, uno, dos, tres veces, pero la bala, por esas cosas que pasan algunas veces en la vida y en la muerte, se trabó la bala en la boca del arma, y jamás salió.

Uno de aquellos individuos se abalanzó sobre él, como una ágil bestia y con un cuchillo de carnear reses en la matadería, le apuñaló con saña, tantas veces como fuese posible, inclusive en el suelo, salpicando todo con chorros de sangre.

Príncipe gritó con voz ahogada apenas, y como por ansia de muerte, se levantó impulsado por una fuerza sobrenatural, levantando los brazos, atropelló la puerta, salió afuera, en el descampado, hasta una canchita, y fue a topetarse contra el quinchado del oratorio de Santa Rosa, que estaba enfrente.

El otro que no había hecho nada hasta entonces, salió detrás, también con un cuchillo. Mientras el moribundo se agarraba del alambre tejido, como si eso le iba a salvar de su final inevitable, le aplicó una estocada larga, profunda y ahí expiró.

Dicen que fue la puñalada que mató al ya muerto Príncipe Chaparro.

Casos increíbles de la vieja Tacuaral.

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